martes, mayo 01, 2007

¡SORPRESA!

Lo primero que hizo H fue empezar a explorar, no el contenido de la casa, sino el "contenido" del dueño de la casa. Qué era lo que tenía ese sujeto -que no tuviera él- para que M, su mujer, se hubiera dejado seducir de esa manera.
Examinó sus armarios, su ropa, los libros, el frigorífico, los artículos de aseo personal...
Era inexplicable a todas luces. V, el vecino, resultaba ser un tipo de lo más vulgar y corriente: aspecto anodino, conversación de lo más prosaica y unas aptitudes -y actitudes- intelectuales bastante mediocres.

H no podía entender porqué M le había reclamado a su lado cuando él se creía feliz junto a R ,(aunque tampoco estaba muy seguro de ello, a decir verdad H casi nunca estaba seguro de nada) para después humillarle así. Bien pudiera ser la forma de vengarse de su infidelidad más que latente -donde las dan, las toman-, pero ese no era el estilo de M.
Además, parecía sincera cuando le llamó al móvil y le dijo entre sollozos que volviera a su lado.
Antes de atacar la nevera y decidirse por algún alimento -sus eternas dudas se sumaron al hecho de que el paisano ese no debía de comer nada más que mierda: restos de pizza resecos, alguna lata de cerveza, un poco de embutido rancio...-, se detuvo en abrir el cajón superior de una especie de sinfonier que había junto a la puerta de la sala de estar.


Muchas veces las cosas ocurren por casualidad, pero en otras ocasiones existen determinadas energías que dirigen nuestras mentes para obligarnos a hacer esto o aquello. En este caso, sin saber muy bien porqué, H abrió ese cajón y no otro, obedeciendo a un impulso desconocido.

El cajón estaba desordenado, dentro de él se podía encontrar de todo: encendedores, tabaco, recibos de la luz y del gas, un trozo de cable con un enchufe en un extremo, unos cedés sin funda, un sudoku a medio hacer -¡mira, al tío éste también le gusta hacer sudokus como a mi...!-
Sonrió con escepticismo pensando en cuántos sería capaz de terminar con el poco seso que parecía tener. Y también se le ocurrió que a veces donde falta seso sobra sexo, tal vez esa fuera la respuesta exacta de lo que M había encontrado en él, ¡un cimbrel como una olla!

Aparte de todas esas cosas, en el cajón había una fotografía un poco manoseada y vuelta boca a abajo. Cuando miró la imagen estuvo al borde del colapso al ver que una pareja le sonreía a todo color: V (el vecino) y R (su ex-amante) abrazados, felices y contentos, levantaban en alto una copa y le invitaban a brindar con ellos.

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