lunes, octubre 15, 2007

¡A REMAR, A REMAR!



Permanecían sentados en silencio, uno al lado del otro. Reinaba calma chicha. No corría ni una brizna de viento. La mujer al verse en medio de la más profunda oscuridad sollozaba sin consuelo. Tan sólo una luz lejana y oscilante emitía pequeños parpadeos de vez en cuando. El hombre, para no agobiar más a su pareja, intentaba superar la situación disimulando su propia angustia. A medida que pasaba el tiempo era más difícil de sobrellevar la tensión que, ya de puro espesa, se podía cortar con un cuchillo. Ella, estrujando nerviosamente un pañuelo entre sus manos, le miraba de reojo posiblemente esperando una solución desesperada. Llevaba por encima de sus hombros una rebeca roja, y el cabello, muy tirante, lo tenía recogido en la nuca. Su mirada era de súplica.
Por fin el hombre se remangó. Sus brazos eran muy fuertes y en ambos lucía sendos tatuajes, dos anclas marinas. De un solo trago se echó al coleto la totalidad del contenido de un recipiente metálico, después colocó su sempiterna pipa encendida a un lado de la comisura de la boca, lanzó una bocanada de humo, escupió en sus manos, las frotó enérgicamente y empezó a remar.

-“Está bien, Rosario, no te preocupes... saldremos de ésta, como siempre”-

Jamás pudieron con él, jamás pudieron superar ese triste final. Cada vez que veían Titanic en DVD, al llegar las últimas escenas, a él le tocaba remar y remar sin descanso con los palos de dos escobas, subido a bordo del sofá de cuadros que estaba en el salón. Ya era como un ritual; solo que, en lugar de palomitas. Popeye se ponía ciego a espinacas en conserva.


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