miércoles, agosto 03, 2011

De medusas y demás incordios



Cuando uno cree haber escuchado las mayores majaderías del mundo, todas, siempre viene otra que supera a la más gorda de las anteriores. Y es que los espacios de noticias de la televisión dan para mucho, qué quieren que les diga, ya he aludido aquí más veces a dicho aspecto y no me canso… no me canso de loar esos momentos de gloria que nos procuran los telediarios a los irónicos vocacionales –que no vacacionales- como yo, que ya empezamos a padecer el Síndrome Vinagretti, es decir:

a) Nos hacen gracia sólo esas cosas que ostentan la condición de graciosas. b) La estulticia humana carece de maldita la gracia, por eso y por el punto “a”, cada vez nos mostramos menos risueños ante la estupidez más palmaria.
c) Es propio del Síndrome Vinagretti decir lo que se piensa sin tapujos, caiga bien o caiga mal, sea políticamente correcto o no. Es contrario al Síndrome Vinagretti la hipocresía y la condición de bienqueda cuando es imposible quedar bien si uno se ve obligado a mojarse ante determinados temas.

Básicamente éste sería el manojo de condiciones, entre otras, que ha de reunir un Vinagretti como mandan los cánones para ser considerado tal, a lo que íbamos… la noticia hoy digna de mención es la que da cuenta de la aparición de centenares de medusas en el litoral playero del Mar Menor. Los usuarios de la playa se indignan por dicha intromisión. Una bañista panzuda va más allá y, ante las cámaras, increpa airada a las autoridades municipales diciéndoles que eso no se puede consentir… que a ver qué hacen con las medusas, porque ella paga sus impuestos. Olé.
Digo ¿qué tendrán que ver las medusas con los impuestos…? ¿Las medusas no son unos bichos naturales y oriundos del medio marítimo? Ya me figuro que el hecho de bañarse con medusas al lado, rozándote los muslos, tiene que escocer y mucho, pero… ¿quién tiene la culpa? ¿Ellas por estar en su casa, o nosotros por entrar sin pedir permiso? Si lo pensamos detenidamente el mar es “su sitio”, las medusas sólo tienen ese sitio. No es nuestro hábitat natural, y nosotros, a diferencia de ellas, podemos optar, si nos disgusta su compañía, por quedarnos en tierra, subirnos a una barca o irnos al chiringuito más próximo a degustar un refrigerio. Puestos a decir verdades, tal vez a ellas tampoco les agrada nuestra compañía, ni ver cómo invadimos su terreno y nos meamos dentro de él, pero claro… los sufridos celentéreos no pagan impuestos, de modo que no pueden exigir que nos echen de allí con cajas destempladas cuando llegan los rigores estivales.
Y es que cada día los humanos aguantamos menos, eso está demostrado. Cuanto más tenemos, más queremos. Lo invadimos todo, el mar, la tierra, el aire, los bosques, la montaña… y en cuanto llega el hombre –el ser más inteligente de la Creación, o eso nos han vendido-, toma del medio aquello que le mola, que puede darle dinero o diversión, pero aquello que no le viene bien, ya está sobrando. De alguna manera todos nos hemos sentido conquistadores alguna vez cuando hemos llegado a un hábitat nuevo donde los verdaderos dueños no son los humanos, sino los “otros”, las bestias… pues nuestro arrojo natural, que permite que nos enfrentemos a peces, aves, mamíferos, plantas, árboles, rocas, ríos, etcétera, se ve diezmado o mudado a cobardía cuando el hábitat en cuestión es patrimonio de un poderoso hacendado o es la mansión de un jeque árabe, por ejemplo. Y nadie se rasgue las vestiduras negando la mayor porque es así, lo hacemos TODOS en mayor o menor medida, nos guste oírlo o no. Así pues, en las ciudades las palomas están de más, las cigüeñas son mal vistas, si aparece en los aledaños de una granja un lobo –con los pocos que debe haber- y se le ocurre zamparse una gallina, para qué queremos más… hay que cargarse ese lobo como sea, de los insectos ni digamos… una cucaracha en un hogar provoca entresudores, qué digo, una crisis de histeria o de ansiedad, y no es que la negra bigotuda sea grata de ver, pero también es verdad que, afortunadamente, todo hay que decirlo, no nos cargamos con la misma ligereza al zángano del quinto derecha, aunque sea mucho más dañino, que a la pobre cucaracha. Tengo casa de pueblo y, las cosas como son, cerca de la vivienda merodean arañitas, hormigas, pájaros, avispas, abejas, mariposas, saltamontes y lo que haga falta… a cuántas arañas no les habremos invitado a salir de esta casa cortésmente sin aniquilarlas… pero hay más… llegadas las vacaciones o la fase lógica de su crecimiento, a muchos les molestan las mascotas que adquirieron ellos mismos unos meses atrás, o que con tanto mimo les obsequiaron; molestan las personas ancianas… molestan los críos cuando se acaban las clases del colegio o la guardería, y buscamos coartadas para que, cada vez más pronto, vayan a estudiar inglés a no sé dónde y nos dejen en paz, nos molesta TODO. Nos creemos los reyes del mambo y pedimos solución a todos nuestros requerimientos –incluso al desalojo de las medusas- sólo por el hecho de pagar impuestos, hay que joderse.

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