Miré hacia la ventana y vi cómo lloraba el cristal a lágrima viva. Afligida, le pregunté qué le ocurría:
-Los días de lluvia me ponen...- respondió.
-¡Guarro!- Le dije
-...me ponen triste-
-Aaah…-
Acaricié su mejilla húmeda y fría, apoyé mi cabeza sobre su hombro, y entre los dos nos repartimos como buenamente pudimos los pocos kleenex que aún me quedaban en el bolso.
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