viernes, enero 06, 2012

FLECHAZO

Recuerdo que fue una de esas mañanas soleadas y luminosas en las que tengo por costumbre salir a pasear; antes de eso suelo desayunar en un bar cercano a mi casa y aprovecho para leer las noticias deportivas del día.
Reconfortado tras el café, pletórico y optimista, salí a la calle casi canturreándome una nana - como tengo por costumbre cuando me ducho y en mi práctica bianual del aerobic-, cuando justo al doblar una esquina, la vi.
A primera vista y sin fijarme en más detalles, me pareció una mujer muy hermosa y elegante, una diosa. De modo que para fijarme en más detalles, sobre todo en esos que van acoplados a la parte de atrás de las personas, me entretuve mirando lo que había al otro lado de un escaparate, el azar quiso que fuese en este caso una muestra de lencería femenina, así, hasta que ella pasó de largo.
Lo hizo a bastante distancia mía, pues la acera era muy ancha, y cuando rebasó mi altura, me giré y la seguí, después de todo no tenía nada mejor que hacer aquella mañana. Ya a segunda vista comprobé que, efectivamente, contaba con una espléndida retaguardia de un modo natural, es decir, lo que se adivinaba bajo unos ajustados pantaloncitos tipo jockey, de la prestigiosa marca “El Mulo”, barruntaba una naturaleza que había sido de lo más pródiga y generosa con aquella mujer. Por no hablar de su estilazo… yo no entiendo de marcas ni de firmas, mucho menos de imitaciones, pero vamos… la cazadora marrón de cuero que lucía, con aquel impresionante cuello de lince, llevaba el marchamo de la exclusiva casa Lovés, eso… como está mandado. Ni qué decir tiene del espléndido bolso que llevaba con aire descuidado colgado de su antebrazo derecho, desde unos cuantos metros atrás se veía claramente que ese bolso no era facsímil de mercadillo, qué va… el brillante cuero marrón representaba grabadas, repetidamente en toda su superficie, las siglas de la marca correspondiente, en este caso eran las letras S.P.Q.T.C, de la carísima firma Soy Pija Que Te Cagas. De todos modos, al no entender de modistos ni diseñadores, seguro que pasé por alto detalles importantes en la indumentaria de alguien tan elegante y distinguido como aquella dama; sin ir más lejos me viene a la cabeza la imagen de sus botas, similares a las de montar y a juego con el pantaloncito elástico, digo similares, pues no creo que el cotizado diseñador de dichas botas, ése que calza –con perdón- a famosas y aristócratas, se dedique ahora al calzado deportivo, cómo iba a mezclar churras y merinas el ínclito artífice de los tan celebrados “ marianos”…
La desconocida caminaba con aire resuelto, sin detenerse a mirar escaparates, parecía que llevaba prisa, es más… según caminaba, tan garbosa, su cabello rubio –con mechas-, oscilaba, y en su oscilar liberaba, metafóricamente hablando, una bandada de gaviotas. Azules, para más señas. Yo diría que su paso, casi marcial, iba acompañado de una musiquilla, era cierto himno que me recordaba no sé qué… total, que apreté el paso para no perderla de vista, pero sin acercarme demasiado, no fuese a percatarse de mi presencia y se asustase creyendo que yo era un sátiro o un ladrón, lo cual no sería raro, ni una cosa ni la otra: la primera, por su bonanza en demasía, la segunda, por el fabuloso reloj que asomaba bajo el puño izquierdo de su cazadora, un prestigioso Cartier-Ista que a buen seguro haría las delicias de más de un amigo de lo ajeno.
Aún así me aproximé un poquito más a ella, y es que yo ya notaba que me estaba enamorando, así que no era cosa de… fue entonces cuando percibí su fragancia, hummm… Si bien al principio me sorprendió, pues lo esperado en mi diosa hubiese sido un aroma a qué sé yo… a Chatún Nº 5, por ejemplo, o en su defecto a ése otro tan novedoso de la misma casa parisina, ideado para las noches románticas plenas de amor, el bien olido y mejor denominado Chatún 69, en lugar de aquella extraña esencia que expelía… sniff, sniff… mi musa olía a…a…a… ¡¡¡morcilla!!! Un olor a morcilla que tiraba para atrás, las cosas como son. Mi ánimo –mi líbido- se excitó más aún de lo que ya estaba; todo el mundo que me conoce sabe que no soy en absoluto un hombre frívolo que se deje llevar por modas, tendencias o marcas, que a mí lo que me pone verdaderamente es lo artesanal, lo primitivo, lo auténtico y lo perceptivo que entra por cualquier resquicio de los sentidos, soy un hedonista, qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo, y por supuesto… donde esté una fragancia a morcilla de Caleruega, auténtica en este caso, ya que identifico perfectamente la zona de origen de cualquier producto chacinero, sea morcilla, chorizo o panceta, que se quite el aroma a Chatún, a Pepe Patán a Victorino o a Leche&Bandarra.
El profundo e intenso olor a morcilla que emanaba mi deliciosa y exquisita pija al caminar, fue el reclamo que logró que mi marcaje se tornase férreo e insistente donde quiera que sus pasos me llevasen. Sus feromonas con irresistible fragancia a festival de la matanza, hicieron que me sintiera tras ella igual que un ciervo almizclero detrás de una cierva.
Cegado por la pasión ni me di cuenta del tiempo que llevábamos caminando, cuando nos encontramos ambos, uno a escasos metros del otro, ante la puerta de un bar de barrio tipo taberna, “El rincón burgalés” creo que es el nombre que estaba serigrafiado en las lunas de la fachada. Mi Dama empujó la puerta y entró con paso decidido, yo permanecí aún unos segundos más ante el escaparate por aquello de disimular lo indisimulable, esto es, mi frenesí por abordarla de una santa vez.
El bar, una vez que franqueé la entrada, resultó ser uno de esos polivalentes establecimientos hosteleros, típicos de barrio, donde a ratos se toma el vermut, a ratos se juega al chinchón, a ratos se toma el café, las raciones de la merienda, una copa, las doce uvas, a veces te toman el pelo, se canta el Asturias patria querida, y creo que, menos echar un polvo, uno puede echar de todo, un pulso, una partida a la tragaperras, una de chapas en Semana Santa o un responso por los Santos. Mi pituitaria amarilla no daba abasto, en aquel sitio se mezclaban sensaciones varias que recordaban mi niñez en la casa del pueblo: la mezcla de tufillos a lejía de suelo recién fregado más a café recién hecho, a churros y a cocido en la lumbre a punto de romper a hervir; los manteles eran de plástico, las sillas de plástico… todo parecía de plástico, me pregunté si los camareros de ese sitio no serían también de plástico y habrían sido adquiridos en los chinos o en el mercadillo, pero no me respondí, ocupado, como estaba, en otro asunto. Mi Dama había desaparecido sin dejar rastro, cómo era posible… eso sí, el reguero inconfundible de su aroma a sangrecilla y arroz la delataba por doquier, y apuntaba como una de esas flechas que hay pintadas en los aeropuertos en dirección a una puerta de entre varias que había al fondo del local. Ahhh, pensé, pobre… ha ido al lavabo, se ve que le corría prisa; la morcilla, como todo el mundo sabe, tiene propiedades laxantes. Mi excitación fue en aumento, por un lado el gozo de saber que teníamos algo muy fuerte en común, el gusto por la gastronomía y los productos típicos del país, por otro lado… me da vergüenza decirlo, pero… imaginarla sentada en el retrete de un sitio tan cutre, con una ropa tan cara, seguro que sus bragas eran carísimas, unas de ésas de la Victoria Excret, enrolladas a la altura de las rodillas, bufff… casi me hizo convulsionar, y creo que hasta emití un pequeño gemido que no le pasó desapercibido al chaval que recolectaba vasos del lavavajillas al otro lado de la barra. De modo que disimulé haciendo como que pensaba qué me iba a pedir de tapa de entre toda la oferta de raciones que lucía una pizarra verde que había en la pared. Sumido en la lectura estaba, cuando apareció la camarera con un higiénico gorrito blanco en la cabeza, ajustándose el delantal:
-Buenos días ¿qué va a ser…?- Preguntó con cierta indolencia.
- Una de morcilla, por supuesto, y una caña, por favor- Respondí.
Qué casualidad, pensé al ver su muñeca izquierda, cuando limpiaba con una bayeta las migas del mostrador para poner mi caña encima, otra tipa con otro reloj de oro Cartier-Ista en menos de dos horas, para que luego digan que estamos en crisis…
Y una oleada de cálido placer sacudió mi bajo vientre.

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