Fracaso empieza con “fra”
de frac con fragancia a naftalina olvidado
en un desván;
de frasco de veneno mezclado con esencia y
servido a los
postres en tapete de franela, lo mismo que
un café con pacharán;
de francesa con sabor a fresa aplastada en
la calzada por
las botas de goma de un camión, nada más
pasar Hendaya;
de fraterno, si es el beso que se aplican
tontamente, con fruición,
dos amantes frenéticos y desbordados de
pasión;
de frescos y frustrados opuestos que, rayando
la locura
y rozando el desvarío, se bañan en
el polo y,
descalzos, se deslizan bajo un iglú
muertos de frío;
de frígida y fláccida versus lúbrica y Brígida
mujer
rebosante de hermosura y aquejada de
placer;
de fraguar masas antes de besar ladrillos
y
de fregar suelos antes de barrer con los
cepillos;
de frondoso bosque de ciencia ficción
donde juegas a corre que te pillo
y siempre pierdes porque vas en chanclas,
pelo suelto,
camisón, bragueta abierta y calzoncillo;
de fragor clandestino, esa llama que se
aviva y no se apaga,
que brilla y parpadea oculta en la
oscuridad;
de fritanga, rebozados, ácidos grasos
saturados,
sucedáneos, transgénicos y basura al por
mayor.
Fracaso acaba en “aso”
como ocaso, el de los dioses y el de ese
tren
que siempre pierdes aunque venga con atraso;
el de los posos que convierten en medio
lleno a un vaso;
el del patetismo de nariz roja y peluca
gualda de un payaso;
del cabello adolescente, siempre graso;
del caballo cojo que no galopa y trota al
paso;
del vestido de una novia plantada ante el
altar,
blanco desvaído, corazón roto,
falda de gasa, corpiño de raso
y dos meses de retraso.
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