sábado, abril 25, 2020

AVENIDA DESENCANTO


AVENIDA DESENCANTO

Fermín siempre fue un tipo muy curioso, y no me refiero a curioso como “raro”, era curioso de los que lo indagan todo. No había puerta, armario, caja o bolsa con contenido dentro, que se resistiera a su pertinaz interés por averiguar qué era lo que se escondía allí. Su condición de fisgón y cotilla le granjeó más de un problema en la vida, pero no todo iban a ser inconvenientes, caramba, dicho afán por experimentar y saber le llevó a ser un gran estudioso, un espectador de la cultura en el más amplio sentido de la palabra. 

Fermín a una edad muy temprana ya había leído a los más grandes escritores, había estudiado simultáneamente varias carreras, tanto de la rama humanística como científica y técnica. Era un talento, un alienígena… y su genio daba para eso y para más. Desde luego, la convivencia con él era harto complicada, y no lo era tanto por su ardorosa entrega a los estudios, que le obligaba a llevar una vida monacal, como por ser un tipo superlativo en todo, pedante, redicho y vanidoso, que se vanagloriaba sin pudor ni falsa modestia de sus vastos conocimientos, no dando ocasión a interlocutor alguno a colar una sola frase en cualquier conversación, por banal e insustancial que ésta fuese.

Superándose a si mismo, llegó el día en que sólo le faltó saber una cosa: qué iba a ocurrir con él cuando muriese. Su curiosidad sin límites le llevó a averiguarlo. Lo cierto es que tenía una salud espléndida, estaba fuerte como un roble y, por edad, aún no le había llegado su hora. Aun así… quiso probar. Claro, una cosa es querer vivir, que a veces, con empeño y ante la adversidad, uno lo consigue simplemente quedándose quieto, y otra cosa es querer morir, que de algún modo hay que provocarlo, y puede que la cosa lleve tiempo. Más aun cuando el suicidio no entraba en sus planes.

Se lo propuso a su mejor amigo, Honorato, que le suicidase él. Honorato le dijo que tararí, que eso era un homicidio a las claras, y si además lo hacía de manera alevosa y premeditada, pasaba de castaño oscuro a asesinato con todas las de la ley. Se negó.

A su madre no se lo podía insinuar siquiera, le hubiese arreado un sopapo y le hubiese dicho, “caca, nene, suicidio, caca”.

Total, se tumbó un día en la cama, se arropó, y aguardó bien quieto a que llegase la Muerte. Antes de hacerlo, comprobó que todo estaba en orden.

Cerró la puerta con llave, regó las plantas, poniendo agua para varios días, y dejó una nota de despedida que rezaba así: “Esto no es lo que parece, ni me suicido ni me suicidan, me mata la curiosidad. Simplemente.”

Está de más señalar que vivía solo, rodeado de libros, de plantas y de mierda, porque, lo que es limpiar, limpiaba poco. 

Una vez en cama, Fermín cerró los ojos, cruzó ambas manos sobre el regazo y dejó de respirar. Se mantuvo así un buen rato, en apnea, el tiempo suficiente para que el oxígeno dejase de regar los órganos vitales de su cuerpo. Murió tal que un día como hoy, hace cinco años.

El cuerpo de Fermín fue hallado sin vida en su domicilio cuando, tras varios días sin dar señal alguna, su madre y Honorato empezaron a preocuparse y accedieron a la vivienda, encontrándose así con el triste suceso. 

Lógicamente no volvieron a tener noticias de él, suele ser lo habitual en estos casos. Pero pasados varios meses, tras su fallecimiento, Honorato recibió un email de remitente desconocido, cuyo asunto era: “Decepción total”. Lo abrió con cierto recelo, Honorato no era nada curioso, todo hay que decirlo, en cambio era muy suspicaz y desconfiado, y veía virus, tirios y troyanos en cualquier correo de origen desconocido que llegase a su PC.

Era un email de Fermín enviado desde el “Más Allá”. Decía así:

Querido Honorato:

Espero que estés bien. Me dirijo a ti con la esperanza de que le hagas llegar esta carta también a mi madre, ya sabes que la mujer no se maneja con estos inventos modernos.

Sirvan estas cuatro letras para deciros que me encuentro bien. Hombre… aún me tiran algo las cicatrices de cuando me hicieron la autopsia, son un poco brutos, caramba, como estás muerto te tratan a baquetazo y te rajan sin piedad, por lo demás, sin problema.
Tenía curiosidad de saber qué me iba a encontrar cuando muriese. Podéis estar tranquilos por mí, no hay nada, ni bueno ni malo. Nada. Lo único es que echo de menos mis libros, por no haber no hay ni biblioteca. Si me haces el favor, Honorato, coge del estante de la librería de mi casa un libro muy gordo que hay, es de Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, lo tenía a medias porque es un poco espeso. Me lo envías a la dirección que te escribo más adelante, a ver si aquí, como estoy ocioso y confinado en la Nada, me lo acabo de una vez. De paso pídele a mi madre un jersey y un gorro que me tejió con una lana muy gruesa, y que nunca quise aceptar, eran horrorosas las dos prendas, pero tenían pinta de calentitas. Aquí me vendrán de perlas, hace un frío que te cagas.
Cuida de mi madre, ya sabes que eres como un hijo para ella, y cuídate tú también, amigo, ojalá  tardéis mucho en venir aquí, este sitio, sin ser malo, no vale la pena, y donde esté la casa de uno…



Un abrazo,

Fermín

PD: Las señas son, Avenida Desencanto, Nº 0, (Más allá)








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