Desde la
esquina,
con luz y calor,
haciendo chaflán,
brazos en cruz,
entregado al
cornijal,
cómplice velado
del inglete
y del parto sin
dolor,
arista que corta
y bebe
los vientos por
mí…
ahí estás tú,
con tu sombrero,
aguantando el
aguacero
debajo de un aguilón
que amenaza con
partirte
el alma en dos.
Y tras el sol,
cae la noche
a plomo, con su
espesor,
es entonces
cuando, tú,
asomas invisible
y bello
desde un sucucho,
ostugo cubierto
de polvo
y tamo que te
hace cerrar los ojos
con pena, mira
que eres…
que no puedes
soportarlo,
y me saludas de
lejos
con los labios
entreabiertos
y el corazón
apretado,
lanzándole un
beso al aire,
para mí, sólo por
mí,
mientras le
abrazas a ella
y me das la
cantonada
en vez de darme
una estrella.
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