NANA
Un
sonido de triste balada
rasga
los silencios de una alcoba,
dos
amantes, uno y uno,
y
un Dios que es de ninguno.
Oscuridad
monacal, paredes blancas,
baldosas
gélidas bajo unos pies descalzos
entrenados
para alfombras.
Ecos
de oraciones con efluvios a lejía,
olor
a pan y a trigo,
huertos
labrados de piedras grabadas
con
estrofas de blues tristes y nanas antiguas.
Momentos
de perdición,
debilidad
humana y, cara a cara,
la
sublimación divina
y
la amenaza del castigo.
Dos
amantes encadenados
y
separados por barrotes,
un
postigo celado a cal y canto
y
sus deseos escondidos en el alma
prohibida,
austera, en calma,
es
el alma de una celda.
Dos
amantes y un destino,
acariciando sus dedos,
rozando
sus labios entre las verjas,
intercambian
sus anhelos,
aguardan
la luz del alba,
esperan
que llegue el día
y
renazcan ilusiones de futuro en la alborada,
esperanzas
abortadas antes de nacer,
palabras
de amor dormidas,
abrazadas
de la noche a la mañana.
Dos
amantes invisibles,
mecidos
por la desidia
y
arrullados por el manto de la tristeza,
cantan
con llanto contenido
las
estrofas mudas, ciegas, de una nana.
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