martes, junio 30, 2020

LA NO BODA DE PETETE

LA NO BODA DE PETETE

Petete, el hijo de los Marqueses de Mogollón, eligió como día de su boda con el Miguel (léase con acento en la “i”) un 28 de junio, Día del Orgullo. Le pareció que era una fecha de lo más emblemática para sellar su amor ante la sociedad. Y no tuvo mejor opción para vestirse de novio, que calzarse un modelo clásico de novia en blanco roto, diseño de Lorenzo Caprile, modisto de cabecera de la realeza, como todo el mundo sabe. Petete estaba deslumbrante, radiante. Entró en el salón del Ayuntamiento del brazo de su padre, el Marqués de Mogollón, el cual, vestido con un impecable chaqué, lucía a mayores una colosal melopea como en él era habitual en cualquier circunstancia o acto social. Cuando estuvieron en presencia del Alcalde y oficiante de la ceremonia, Petete sonrió ampliamente a Miguel, el novio, al tiempo que se secaba una lagrimita de emoción. Estaba guapísimo con un traje exclusivo, muy moderno y atrevido de Jean Paul Gaultier, lo hacía acompañado de su madre y madrina, un ama de casa modesta y normalita, por tanto, elegante, en contraposición al barroquismo exacerbado y caduco de la Marquesa de Mogollón, que lucía una pamela más grande que la carpa de un circo –eso sí… hubo que pleitear con ella para que se soltase el delantal de chacha que no se quitaba ni para dormir, desde que, chaveta perdida, había abrazado la condición de doméstica principal de su casa palacio-
Miguel (el Miguel con acento en la “i”) flipó cuando vio a su novio vestido de novia total. Si bien es cierto que el macizo repartidor de bidones de agua para dispensadores, había salido del armario cuando conoció a Petete, único hijo y heredero del vasto patrimonio de los marqueses, también es cierto que no había salido del todo… sólo había asomado la patita, lo suficiente para camelar al rico vástago del marquesado, y pegar un colosal braguetazo que le quitase de cargar con bidones el resto de su vida. Fingió cuanto pudo el disgusto y vergüenza, por qué no decirlo… que le produjo la comparecencia estelar de su novio, pero intentó mantener el tipo. De vez en cuando se auxiliaba y mitigaba su desazón con la petaca de whisky  de su futuro suegro que, sin despeinarse, se echaba al coleto sin disimulos delante del alcalde y del Sursum corda. Pero cuando llegó el momento del “acepta usted por esposo a Borja Bruno Beltrán Ignacio Franciso Javier Mogollón y Penachoenalto, alias Petete”, el Miguel se rajó y soltó un “no” tan rotundo que hizo desvanecer a más de un asistente a la ceremonia, por no hablar del vahído que sufrió el pobre Petete.
No hubo boda, Petete se quedó compuesto con su Lorenzo Caprile y sin novio; Miguel se largó del brazo de su madre, tal y como había venido, renunciado así a un futuro de lujo al lado de los marqueses; la Marquesa de Mogollón se quitó la pamela y se puso distraídamente a limpiar el polvo de los rincones del  Consistorio con el foulard de Chanel que llevaba al cuello, y el Marqués de Mogollón, en franco estado de embriaguez, se quedó dormido en el propio sillón del alcalde.
El suceso quedó zanjado como curiosa anécdota en la vida de todos, incluido Petete, y el dispensador de agua que en su día la marquesa compró a su futuro yerno, puro detalle de cortesía, sirvió en adelante como pecera con media docena de pececillos en tonos arcoíris.

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