martes, junio 30, 2020

PETETE

El hijo de los Marqueses de Mogollón, Borja Bruno Beltrán Ignacio Franciso Javier de Mogollón y Penachoenalto, más conocido en su círculo de amistades como Petete, por su extraordinario parecido con aquel famoso muñeco de la tele, aún vivía en el palacete de los Mogollón pese a ser un joven ya talludito en edad. Al unigénito de los marqueses, pues no tuvieron más descendencia con eso de vivir en gabinetes separados, no se le conocía ni oficio ni beneficio, salvo el hábito de consumir a discreción. Su abultado tarjetero obraba el milagro cada vez que se dejaba caer por la exclusiva Milla de Oro madrileña, cosa que hacía con bastante frecuencia. La única condición que ponía cuando entraba en un establecimiento a comprar algo, es que fuese “pijo”. ¿Modelo de chaqueta...? Pijo. ¿Color...? Pijo. ¿Talla...? Pija, es decir raquítica, dos tallas menos de la necesaria. ¿Tejido...? Pijo. Ni qué decir tiene que Petete era de lo más pijo, vistiendo, hablando, pensando, comiendo, votando y hasta defecando.
Causó extrañeza en su casa cuando anunció su compromiso amoroso con el Míguel (léase con acento en la “i”). No porque fuese varón, nadie ha dicho todavía que Petete era hetero. Por el contrario, era homo y bien homo. Pero el Míguel, ay el Míguel... (léase con acento en la “i”), era un repartidor de bidones de agua para esos dispensadores que hay en las casas, uno de esos repartidores que al parecer tienen tanto éxito con las señoras porque físicamente tienen un polvo colosal.
Petete se dejó seducir por el Míguel (¡léase con acento en la “i”, coño!!) en cuanto le vio accediendo a un portal bidón en ristre. Tras una brevísima relación, no dudó un momento en expresarles a sus padres su deseo de contraer matrimonio con él.
El Marqués de Mogollón se lo tomó como se tomaba siempre todas las cosas, emborrachándose. Tal fue el pedo que se pilló, que, copa que se echaba al coleto, copa que estrellaba contra un cuadro de un antepasado suyo al que tenía cierta ojeriza, un apuesto Mogollón con fama de putero y zascandil, dejando el suelo del salón tan sembrado de fragmentos de cristal, que parecía se hubiese abierto en pompa allí mismo un contenedor de reciclaje de vidrio. Por fortuna estaba al quite, escoba y recogedor en mano, la Señora Marquesa de Mogollón, quien, posiblemente perturbada, usurpaba esos días la personalidad de una de sus domésticas favoritas, Sagrario, y se dedicaba a limpiarlo todo con pulcritud, dejándolo como los chorros del oro.
La relación de Petete con el Míguel (no lo diré más veces...) nació en el marco del más absurdo surrealismo que podían brindarle unos progenitores como los “Mogollones”. Se temía lo peor el día elegido para explicarles los detalles de la boda, cuando ¡oh, sorpresa! se encontró nada más irrumpir en el salón donde aguardaban los marqueses, con un dispensador de Aquamatic y un lote de bidones de repuesto.

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