EL
VELATORIO DE RAMIRO
Ana Mª Rodríguez (POETA
BULULÚ)
El otro día fui al
velatorio de un compañero mío de trabajo. He de decir que trabajo en una
fábrica de piezas para motores de camión. Cuando entré en la sala del tanatorio
donde se estaba velando el cuerpo de mi colega Ramiro, vi, como ocurre siempre
en estos casos, un montón de gente a la que no conocía de nada, y había
bastantes acompañantes porque, además de ser aun relativamente joven, Ramiro
era un tipo conocido y apreciado -vaya,
pensé, y a quién le doy yo ahora el pésame-. Fijándome con algo más de
atención, descubrí a su viuda, Mari Jose, sentada en un sofá, arropada por
familiares y amigos que trataban de consolar su llanto. Se me hizo un nudo en
la garganta pensando en lo sola que se quedaba la pobre, no tenían hijos y era
una pareja muy unida y bien avenida. Mari Jose, cuando se percató de mi presencia,
se levantó del sofá con extremada cortesía, y vino hacia mí, evitando así que
tuviese que acercarme a expresarle mis condolencias ante tanto desconocido. Sin
decir que estuviese enlutada, iba vestida en tonos oscuros, acorde a la
ocasión; y su rostro, muy hermoso, lucía más bello -si cabe- estando sin
maquillar, con los ojos enrojecidos de llorar y el gesto tan triste como el de
una Virgen ante su hijo yacente. Tal vez por la ropa oscura, tal vez había
adelgazado a causa del desgraciado suceso, tal vez había pasado mucho tiempo
desde que la vi por última vez… pero me pareció más esbelta y juncal que nunca
–caramba, pensé, qué buena está todavía la Mari Jose…-
Supongo que me
traicionó el subconsciente, ese gnomo juguetón que ronda en nuestras cabezas y
que parece tener ideas propias, lo cierto es que cuando la tuve delante y la
abracé para darle el pésame, mientras ella se deshacía en sollozos, lo que
escuché de mí cuando abrí la boca fue: “te acompaño a la cama, Mari Jose
¿quieres que nos acostemos juntos?”, en vez del consabido “te acompaño en el
sentimiento”.
La solté, ella se soltó
de mí, me miró con los ojos y la boca muy abiertos, ni qué decir tiene que dejó
de llorar ipso-facto, y en la sala se produjo un silencio sepulcral entre la
concurrencia –nunca mejor dicho lo de sepulcral-. De hecho en lo velatorios
siempre hay una especie de run-run de fondo, pues llega el momento en que se
deja de hablar del finado para empezar a hablar de otros temas variados y el
ambiente se distiende bastante. Bien, pues esa distensión se cortó de manera
fulminante, como se podía cortar el silencio con un cuchillo. Un color se me
iba y otro se me venía, Mari Jose abrió la boca –creí que para llamarme cabrón-
y abrió sus brazos –ahora es cuando me sacude la hostia, pensé-, así que yo
cerré los míos, mis ojos, para aguantar el chaparrón de la manera más
caballerosa posible, a la vez que decía, “no, Mari Jose, perdona, no quería
decir eso… jamás… no sé qué ha podido pasar, perdona, no era mi intención, qué
bruto soy…”
“¿Cómo que no? ¿Quieres
decir que no quieres…? ¿No…no te gusto? ¿No me encuentras lo suficientemente
atractiva…?” Es lo que dijo la viuda
cuando abrió la boca, y luego reanudó el llanto desconsolado. Notaba todas las
miradas sobre mi rostro encendido, me miraban de manera reprobatoria, incluso
escuché en boca de alguien cuchichear “¿cómo puede ser este tío tan
sinvergüenza, después de lo que está sufriendo la pobre, venir a insinuarle que
es tan fea que asusta al coco?
Reconozco que no sabía
qué hacer, jamás me había visto envuelto en una confusión de tal calibre.
No recuerdo cómo lo
hice, sólo sé que de pronto me vi al otro lado del cristal junto al ataúd de mi
amigo Ramiro, robándole una pequeña corona de flores mientras le pedía “permiso”
al dar un traspiés con una esquina del féretro. Recuerdo vagamente que arranqué
la cinta de raso que acompañaba a la corona, donde decía “Tus amigos de la peña
“El cucurucho” no te olvidan” y a falta de algo mejor, se la coloqué a Mari
Jose en el cuello como si fuese una campeona de Fórmula 1, me postré de hinojos
ante ella y le pedí en matrimonio. Recuerdo -no… de eso estoy seguro- que entre
hipos dijo SÍ. Los asistentes al velatorio prorrumpieron en aplausos, muchos
lloraban y lo hacían con una absurda ambigüedad: de alegría por lo de la pedida
de mano con feliz resultado, y de tristeza por la muerte del pobre Ramiro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario