AVENIDA
DESENCANTO
Fermín siempre fue un
tipo muy curioso, y no me refiero a curioso como “raro”, era curioso de los que
lo indagan todo. No había puerta, armario, caja o bolsa con contenido dentro,
que se resistiera a su pertinaz interés por averiguar qué era lo que se
escondía allí. Su condición de fisgón y cotilla le granjeó más de un problema
en la vida, pero no todo iban a ser inconvenientes, caramba, dicho afán por
experimentar y saber le llevó a ser un gran estudioso, un espectador de la
cultura en el más amplio sentido de la palabra.
Fermín a una edad muy
temprana ya había leído a los más grandes escritores, había estudiado simultáneamente
varias carreras, tanto de la rama humanística como científica y técnica. Era un
talento, un alienígena… y su genio daba para eso y para más. Desde luego, la
convivencia con él era harto complicada, y no lo era tanto por su ardorosa
entrega a los estudios, que le obligaba a llevar una vida monacal, como por ser
un tipo superlativo en todo, pedante, redicho y vanidoso, que se vanagloriaba sin
pudor ni falsa modestia de sus vastos conocimientos, no dando ocasión a
interlocutor alguno a colar una sola frase en cualquier conversación, por banal
e insustancial que ésta fuese.
Total, se tumbó un día
en la cama, se arropó, y aguardó bien quieto a que llegase la Muerte. Antes de
hacerlo, comprobó que todo estaba en orden.
Cerró la puerta con
llave, regó las plantas, poniendo agua para varios días, y dejó una nota de
despedida que rezaba así: “Esto no es lo que parece, ni me suicido ni me
suicidan, me mata la curiosidad. Simplemente.”
Una vez en cama, Fermín
cerró los ojos, cruzó ambas manos sobre el regazo y dejó de respirar. Se
mantuvo así un buen rato, en apnea, el tiempo suficiente para que el oxígeno
dejase de regar los órganos vitales de su cuerpo. Murió tal que un día como
hoy, hace cinco años.
Era un email de Fermín enviado desde el “Más Allá”. Decía así:
Querido Honorato:
Espero que estés bien. Me dirijo a ti con la esperanza de que le hagas llegar esta carta también a mi madre, ya sabes que la mujer no se maneja con estos inventos modernos.
Sirvan estas cuatro letras para deciros que me encuentro bien. Hombre… aún me tiran algo las cicatrices de cuando me hicieron la autopsia, son un poco brutos, caramba, como estás muerto te tratan a baquetazo y te rajan sin piedad, por lo demás, sin problema.
Tenía curiosidad de saber qué me iba a encontrar cuando muriese. Podéis estar tranquilos por mí, no hay nada, ni bueno ni malo. Nada. Lo único es que echo de menos mis libros, por no haber no hay ni biblioteca. Si me haces el favor, Honorato, coge del estante de la librería de mi casa un libro muy gordo que hay, es de Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, lo tenía a medias porque es un poco espeso. Me lo envías a la dirección que te escribo más adelante, a ver si aquí, como estoy ocioso y confinado en la Nada, me lo acabo de una vez. De paso pídele a mi madre un jersey y un gorro que me tejió con una lana muy gruesa, y que nunca quise aceptar, eran horrorosas las dos prendas, pero tenían pinta de calentitas. Aquí me vendrán de perlas, hace un frío que te cagas.
Cuida de mi madre, ya sabes que eres como un hijo para ella, y cuídate tú también, amigo, ojalá tardéis mucho en venir aquí, este sitio, sin ser malo, no vale la pena, y donde esté la casa de uno…
Un abrazo,
Fermín
PD: Las señas son, Avenida Desencanto, Nº 0, (Más allá)
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