Ya descubro bajo la almohada un secreto,
bajo una hoja una huella,
bajo mi cama, escondida y temerosa,
la pálida luz de una estrella.
He aprendido a leer los elementos,
su código silencioso,
y los mensajes que llevan escritos en sus lomos
los chinarros del camino,
polvorientos, cenicientos.
Ya entiendo la razón de muchas cosas,
y ahora que nadie me engaña
y estoy de vuelta de todo,
ahora, que la radio me sorprende sin noticias,
el móvil sin cobertura
y el televisor me observa taciturno,
siempre negro y aplastado
desde algún ángulo oscuro, lleno de tamo
y de su audiencia tal vez olvidado…
me dedico a leer las líneas de tu mano,
la suerte, el amor y el destino
lo mismo que un quiromante,
me dedico a pulir facetas en granos de sal
con vocación de diamante,
me dedico a filosofar en alto
acerca de lo blanco de la noche,
de la negrura del día y del gris de la mañana,
Dios mediante.
Y por fin dedico ese tiempo libre que aún no tengo,
herencia reconocida ante notario,
a escribirte cada día siete versos,
ni uno menos, que son como siete llaves
que al traspasar los cerrojos de tu alma,
van contando mis penas
como se cuentan las bolitas de un rosario
o esas letras vacías que contiene un silabario.