Entró en casa solapadamente y
como quien no quiere la cosa, pero lo hizo tan firme y segura como quien sabe
bien qué cosa quiere. Lo suyo, en principio, no era nada más que una visita de
cortesía, lo cierto es que se quedó. Y no sólo eso, poco a poco se hizo fuerte
y fue devorando a todos los miembros de mi familia. Empezó por las mascotas. En
un decir amén se zampó al gato, al periquito, al perro y al abuelo, por ese
orden. Después siguió por los humanos, hasta que finalmente le echó el ojo a
los divinos, y es cuando vino a por mí. ¡Yo! que me creía intocable,
invulnerable… “a mí eso no me pasa”. Pues ocurrió. Cuando acabó con todos los
que estaban a mi alrededor, me llegó el turno… ¡y fue cuando me devoró la maldita
Crisis!
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