La lluvia
golpea incesante sobre los cristales. La luz de la tarde expira tras una suave
pero tupida cortina de agua, así poco a poco la oscuridad vence al claro que
exhala sus últimos rayos. La negrura se apodera y cubre, no sólo el cielo,
también mi casa, mi destino, mi ánimo. Cuando todo se tiñe de plomo mi figura
desaparece tal y como ha llegado a tu vida, de un modo callado, prudente,
discreto, siempre vigilante y al acecho. Sólo queda el recuerdo de mi
presencia, es decir, la nada más absoluta. Ni yo misma soy capaz de reconocerme
en ese mundo de sombras. Mucho menos aún cuando, cada vez que estiro la mano,
me topo con otra sombra más larga que la mía. He llegado a la conclusión de que
de todas tus ex-amantes la más bajita de estatura soy yo, por eso mi sombra es
la más recortada, eso sí… un par de cosas: ninguna le ha hecho palidecer todavía,
y la mía es la única que lleva incorporadas de serie las espinas además de las
llantas de aleación.
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