domingo, julio 29, 2007

EL (MAL) TRATO DEL SULTÁN




Mirándole fijamente a los ojos, el Sultán le dijo a Seherezad:

-“Voy a mostrarme magnánimo contigo, esta vez no mandaré que corten tu cabeza como he hecho las veces anteriores. Si eres capaz de divertirme y mantener vivo mi interés por ti durante mil y un día, te recompensaré casándome contigo, de lo contrario tendrás que irte de mi lado. Simplemente eso.”-

Seherezad se empleó a fondo y echó mano de todos sus recursos, que no eran pocos. Durante meses y meses interpretó para él la danza del vientre, se inventó cuentos, masajeó su cuerpo friccionándolo con aceites aromáticos, le contó cientos de aventuras reales que le habían sucedido a lo largo de sus muchas vidas anteriores...
En resumen: la chica cumplió su parte del trato sobradamente.

El Sultán, en cambio, se devanaba los sesos pensando, mientras reposaba en su cómodo lecho y contemplaba la lujosa cubierta de su jaima:

- “No sé qué hacer con ella... humm... la chica me ha entretenido, eso es cierto, pero el caso es que, ahora que lo pienso, conozco tantos datos sobre ella que empieza a aburrirme el asunto. Se ha esfumado la magia igual que en otras ocasiones. Me pregunto si es posible lograr un amor que dure para siempre...ahhh...”-

Y bostezando de tedio, se quedó profundamente dormido, soñando que sí, que era posible.










jueves, julio 26, 2007

PARLAMENTO EN CLAVE DE GAS




El ujier, sorprendido, se paseaba por detrás del estrado de un rincón al otro de la cámara. Veía cómo los diputados, despojados de sus chaquetas y corbatas, y con los faldones de las camisas por fuera, saltaban enloquecidos por encima de los escaños; se lanzaban bolas de papel confeccionadas con folios de las enmiendas al último anteproyecto de ley; silbaban, cantaban y se revolcaban de risa por el suelo.

Todo empezó cuando el Presidente del Congreso, al hacer uso de la palabra, se acercó al micrófono y, en vez de salir al aire su voz grave, lo que salió por la megafonía fue el sonido de un colosal e irreverente pedo. Lo intentó varias veces más, pero siempre que abría la boca, en lugar de articular palabra...,”prrrrfff”, surgía el ruido de una metralleta aderezado con una buena tanda de gases fétidos. El hombre, corrido de vergüenza, sacudió el mazo sobre la mesa para acallar la horda de diputados incontrolados que se tronchaban de la risa y, entre aspavientos, intentaban que sus fosas nasales, escudadas tras un pañuelo, burlaran el inaguantable olor.
Probó suerte con el micro la Vicepresidenta, un Vocal, varios diputados de un grupo minoritario de izquierdas, un señor de luto que paseaba por allí con un perro, un actor en paro... Nada. Todo fue inútil. La tormentosa pedorrea y los efluvios expelidos y cargados de un fuerte hedor a carburo, hicieron la atmósfera irrespirable. Los diputados del principal partido de la oposición, entre carcajadas, al borde de la congestión y haciendo leña del árbol caído, proferían insultos y descalificaciones al partido del gobierno, a todas luces responsable del lamentable espectáculo que se estaba exhibiendo.
Un buen número de miembros abandonaron el hemiciclo con serios principios de intoxicación eólica, pero los demás –sobre todo los del bando adversario- aguantaron el tirón, más que por el simple hecho del deber, por darse el gustazo de ver fracasar una proposición de ley a manos de sus rivales políticos.

El líder de la oposición, un tipo bigotudo y malencarado y, sin duda, erigiéndose en el Mesías señalado por Yavéh para salvar al mundo de la mierda que salpican los políticos, surgió de la primera fila de escaños rojos, como la Venus de Botticelli surge de entre la espuma. Subió al estrado con la venia del Presidente y tomó la palabra. De su boca brotó la chispa y el ingenio, la bujía que enciende e inflama el corazón de sus correligionarios de pro, la espoleta que prende la mecha de algunas ondas radiofónicas y, que a través de sus megahercios y por la arrabalera boca de sus voceros, arenga a las masas dormidas a la hora del cola-cao, el café, el churro y la tostada.
Dicha chispa, al entrar en contacto con la alta concentración de gases ambientales, hizo explosión, y en escasos segundos, la figura envarada del diputado se convirtió en poco menos que un ninot.

miércoles, julio 18, 2007

UN DESCONOCIDO A LA VUELTA DE LA ESQUINA



Estuve esperando volver a verte aparecer por la puerta de ese bar durante mucho tiempo. Desde que te vi aquella primera vez apoyado en la barra -hacías como que leías el periódico ¿recuerdas?- no he logrado erradicarte de mi pensamiento. Yo fingía concentración. Tontamente le daba vueltas y más vueltas a la cucharilla del café ... digo tontamente porque hace mil-y-pico años que no tomo azúcar, ni pan, ni dulces... sólo me alimento de hierbas, y, desde que te conocí ese día, de los sueños en los que tú apareces, de la pasión que me inspiras.
Adquirí la costumbre de acudir allí todas las tardes. Me sentaba siempre en el mismo rincón, en una mesita junto a la ventana. Miraba el reloj minuto a minuto, mientras leía un libro, o mejor dicho, simulaba que leía. En realidad todo era una mentira orquestada, una escenografía montada a base de falsos paneles de cartón piedra, para envolver en un vistoso papel celofán un estuche vacío, sin ningún indicio de regalo: ni el café estaba tan dulce como parecía, visto desde lejos; ni mis libros tenían letras, vistos desde cerca; ni tú volviste a aparecer por allí, visto lo visto...
Una tarde, cuando llegué a mi baluarte, desde el cuál controlaba las entradas y salidas de la gente, me encontré sobre la mesa un vaso vacío con restos de bebida que delataba la presencia de alguien que se había sentado allí antes que yo. El asiento aún estaba tibio. Me puse a juguetear con una servilleta de papel plegada en cuatro dobleces que, sin duda, pertenecía al anterior cliente. Al desenvolverla vi que estaba escrito algo a bolígrafo. Ponía: “A la vuelta de la esquina”.
Tuve una súbita corazonada. Sentí una oleada de calor que me subía por el cuello, y supe, sin mirarme en ningún espejo, que mi rostro estaba tan encendido como el de un bebé al despertarse de la siesta. Me levanté de un salto y dejé tirado todo encima de la mesa (cada vez que llegaba allí montaba un verdadero campamento): el bolso, el móvil, el libro, la cazadora, la pashmina, el tabaco... Salí a la calle y doblé la esquina... Lo sabía, sabía que estabas allí, intuía que esa nota de la servilleta era tuya y la habías dejado para que yo la leyera.
Ella rodeaba tu cuello con sus brazos y tus manos abrazaban sus caderas. Os besabáis apasionadamente, sin importaros nada ni nadie, parecía que vuestra imagen se hubiera quedado congelada en el tiempo. Me miraste y sonreí con una mueca ridícula, en realidad lo que hacía era morderme los labios para no llorar. No obstante regresé al bar reconfortada y más contenta que unas pascuas, ¡fíjate que hubiera jurado sobre la Biblia que la que estrechabas entre tus brazos era yo...!




miércoles, julio 11, 2007

¡A ESCENA!


Érase una vez un tipo que, al caer la tarde, fue al mar para ver actuar en directo al astro rey. Cuando se abrió el telón y apareció en escena el sol, rutilante y descarado, la imagen que proyectaba era tan sobrecogedora que el hombre se sintió desbordado por la emoción.
Con un fervor casi religioso, se quitó el sombrero y lo cruzó con ambas manos ante el pecho, igual que si estuviera en un velatorio. Pero al descubrirse, se llevó enredado en el sombrero un postizo capilar que camuflaba su alopecia, quedando el peluquín desplazado completamente hacia un lado, lo cual, de puro grotesco, le procuraba un aspecto patético.

El sol, al verle, prorrumpió en carcajadas, y tuvo que sujetarse su enorme barrigón para que no le saliera disparada una hernia que tenía contenida y sujeta tan sólo con hilvanes. Tanto es así que no pudo seguir con la performance, y hubo de abandonar el escenario para ocultarse entre bastidores mientras sus risotadas retumbaban en el cielo como si se avecinara una gran tormenta.
De prisa y corriendo, sin tiempo para cambiar los decorados, apareció la luna lunera por el foro al grito de ¡el espectáculo debe continuar!