miércoles, julio 18, 2007

UN DESCONOCIDO A LA VUELTA DE LA ESQUINA



Estuve esperando volver a verte aparecer por la puerta de ese bar durante mucho tiempo. Desde que te vi aquella primera vez apoyado en la barra -hacías como que leías el periódico ¿recuerdas?- no he logrado erradicarte de mi pensamiento. Yo fingía concentración. Tontamente le daba vueltas y más vueltas a la cucharilla del café ... digo tontamente porque hace mil-y-pico años que no tomo azúcar, ni pan, ni dulces... sólo me alimento de hierbas, y, desde que te conocí ese día, de los sueños en los que tú apareces, de la pasión que me inspiras.
Adquirí la costumbre de acudir allí todas las tardes. Me sentaba siempre en el mismo rincón, en una mesita junto a la ventana. Miraba el reloj minuto a minuto, mientras leía un libro, o mejor dicho, simulaba que leía. En realidad todo era una mentira orquestada, una escenografía montada a base de falsos paneles de cartón piedra, para envolver en un vistoso papel celofán un estuche vacío, sin ningún indicio de regalo: ni el café estaba tan dulce como parecía, visto desde lejos; ni mis libros tenían letras, vistos desde cerca; ni tú volviste a aparecer por allí, visto lo visto...
Una tarde, cuando llegué a mi baluarte, desde el cuál controlaba las entradas y salidas de la gente, me encontré sobre la mesa un vaso vacío con restos de bebida que delataba la presencia de alguien que se había sentado allí antes que yo. El asiento aún estaba tibio. Me puse a juguetear con una servilleta de papel plegada en cuatro dobleces que, sin duda, pertenecía al anterior cliente. Al desenvolverla vi que estaba escrito algo a bolígrafo. Ponía: “A la vuelta de la esquina”.
Tuve una súbita corazonada. Sentí una oleada de calor que me subía por el cuello, y supe, sin mirarme en ningún espejo, que mi rostro estaba tan encendido como el de un bebé al despertarse de la siesta. Me levanté de un salto y dejé tirado todo encima de la mesa (cada vez que llegaba allí montaba un verdadero campamento): el bolso, el móvil, el libro, la cazadora, la pashmina, el tabaco... Salí a la calle y doblé la esquina... Lo sabía, sabía que estabas allí, intuía que esa nota de la servilleta era tuya y la habías dejado para que yo la leyera.
Ella rodeaba tu cuello con sus brazos y tus manos abrazaban sus caderas. Os besabáis apasionadamente, sin importaros nada ni nadie, parecía que vuestra imagen se hubiera quedado congelada en el tiempo. Me miraste y sonreí con una mueca ridícula, en realidad lo que hacía era morderme los labios para no llorar. No obstante regresé al bar reconfortada y más contenta que unas pascuas, ¡fíjate que hubiera jurado sobre la Biblia que la que estrechabas entre tus brazos era yo...!




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