martes, enero 31, 2012

Trasciende, emoción

Trasciende, emoción, que roza tu mano de brujo,
bajo la mesa, mi mano arrugada,
y bajo mi falda, entrelazados,
tus dedos trenzados exhalan suspiros
de goces soñados, caricias prohibidas
y huellas labradas en labios secados.
Festival de arrumacos vacíos,
sillones helados, cortinas quemadas
por soles que atrapan vidrios, abrazos,
sollozos, tertulias, cafés literarios,
jarrones baldíos de flores…
Como siempre, un asiento de bar
guarda tras los cristales dos mudos amantes
de mundos distintos, dos diletantes,
indiferentes al tiempo, al dolor y al suspiro,
tan clandestinos… que sobreviven
comiendo sus ojos a besos.
Y tras la barra, dos camareros sin rostro
frente al amor, rompiendo copas, haciendo ruido,
tan inquietantes, tan aburridos…

domingo, enero 22, 2012

A CONCIENCIA

La ciencia se basa en la experiencia, o eso dicen.
El éxito en la paciencia.
La esperanza en la creencia.
La ilusión en la inocencia.
La seducción, a veces, en la elocuencia.
El poder en una imposible y envidiable omnisciencia.
La violencia, no sé si se basa, pero engorda con la violencia.
Los gozos y los placeres vienen de la mano de alguna que otra turgencia.
La locura, en mi caso, asienta sus reales posaderas en la reminiscencia.
El infortunio se digiere mejor desde la inconsciencia.
Si se va suelto de vientre, lo que conviene es la astringencia.
La hipocresía es hermana de la apariencia y prima de alguna extraña deficiencia.
La histeria se adivina bajo el velo de la bella indiferencia.
La tristeza ofrece como menú un plato a rebosar de inapetencia.
El frío aumenta con la ausencia.
Pero el calor no aumenta con la carencia, es más, se está más frío cuanto más grave es la falencia.
Un consejo cuando se pone bravo se disfraza de advertencia.
La mejor vocación del ser humano es aquella que se resuelve con eficiencia.
Que te perciban muerto cuando estás vivo, no es un error clínico, eso es una penitencia.

jueves, enero 19, 2012

EMPIEZA UN AÑO


Empieza un año, acaba otro, y yo,
escondida, sigo el rastro de mi ayer,
olfateando un sino que se me antoja inodoro.
Agazapada llevo el alma por dentro,
encogido el corazón y arrugada la esperanza.
Un carro tira de mis recuerdos,
protegidos por almohadas huérfanas de lechos,
son reminiscencias vulnerables al olvido,
enfrentadas al futuro y entregadas a un destino
al que auguran los tahúres
un órdago, punto final, del finiquito
que equivale a mi partida, un cheque en blanco
que me lleva al otro barrio en limusina.

jueves, enero 12, 2012

MI MICROMUNDO

Mi micromundo cabe en un cuento de hadas
donde conviven mascotas con libros camaradas.
Soy una princesa medio bruja, sorda, muda, ciega, lerda,
me suspendo de una cuerda y siempre voto a la izquierda.
En la salita, una pantalla de televisor vacía
tiene el aspecto apagado de una ventana fría,
no me gusta lo que veo a través de ella ningún día.
Hay un sofá con una lámpara que parece una farola
y debajo está una alfombra que robé de una chabola.
Mi perro se viste con mono y se coloca una toca,
mi chacha utiliza bozal y ladra como una loca.
La chimenea de mi casa no echa humo, escupe estrellas
que según los entendidos son de las más bellas.
Desde una ventana hablo con la luna y la tuteo,
ella pide más respeto, que haya menos cachondeo.
Mi gata no está triste aunque es azul,
y aupada sobre las tejas viste una falda de tul
mientras no maúlla, ya que mi gata declama
arengando a las masas, arañando el alma con alguna soflama.
La cama donde yo duermo no tiene sábanas ni colchón,
duerme sola como yo, desnuda y con edredón.
Mi casita tiene por dentro un largo camino gris
que te lleva derechito hasta el cuarto de hacer pis.
Sus paredes son blancas y ríen aunque a días tienen miedo,
son educadas, calladas y no se tiran ni un pedo.
Cada noche tú me esperas al otro lado del muro,
cabizbajo, con las manos en los bolsos, sin un duro.
Esperas que la luz se apague y que todo quede a oscuras
para colarte en mi casa y en mi vida, para vivir mil aventuras
y, lo mismo que un ladrón, profanar mis aberturas.

miércoles, enero 11, 2012

TE EXTRAÑO EN MI NOCHE


Te extraño en mi noche
de luna seca, callada,
y en el volcán de lava
que está prendido bajo mi cama:
sábanas viejas,
colchón azul desteñido,
almohada blanda.

Te extraño en la música sorda
de una guitarra muda, callada,
y en el grito angustioso
que está colgado del vuelo, bajo mi falda:
tela de lino,
algodón azul desvaído,
camisa blanca.

Te extraño siempre
sin haberte oído, callada,
y más todavía, en el silencio
que asoma por la ventana, bajo mi casa:
gozne oxidado,
antepecho hundido,
luminaria ardiente.


Te extraño igual
que extraña el agua del río
la luz del sol
al discurrir bajo el puente,
igual que el trozo de hielo
extraña el hierro candente.

domingo, enero 08, 2012

RELACIONES HUMANAS Y SIN EMBARGO, CORDIALES



No tengo la ocurrencia de entrar con mi perro, cuando salgo a pasear, en tiendas de alimentación, bares o similares, pues todo el mundo sabe que está prohibido acceder con perros -yo diría que- en cualquier parte. Pero aún quedan establecimientos que no pertenecen al ramo gastronómico y que tampoco ostentan el prohibido canes en su puerta de acceso, de modo que ahí sí me aventuro –lo confieso- alguna vez a pasar con él. Si no podemos acceder los dos, sencillamente no entro y aguardo a mejor ocasión, lo que no hago es dejarle sólo en la calle. Mi perro pesa y mide poco más que un gato, sirva como aclaración, es noble, cariñoso, mimoso, precioso, y temo dejarle atado a una farola por si me lo roban o algo así, la naturaleza me ha hecho desconfiada respecto a la condición humana, qué le voy a hacer, será difícil que ya cambie de naturaleza y de condición.
Sin embargo he advertido que, pese a no estar restringida su presencia en algunos lugares, ésta incomoda a mucha gente, no a todos, eso es cierto. Cada uno somos de una manera de ser y sentir, y no todos estamos obligados a mostrar el mismo gusto por los perros, los gatos, los niños ni los humanos en general, así es la vida y así somos las personas. De tal modo que se establece un código de gestos entre el cliente levemente mosqueado por la presencia del perro y yo. El tipo entra en la tienda, pongamos que se trata de una ferretería, mira al bicho con cierta extrañeza, me mira a mí, mira de nuevo al bicho y piensa pero no dice: ¿cómo dejarán entrar chuchos en los sitios, con lo que deben contaminar…?
Yo tiro de la correa de Merlín y lo coloco entre mis piernas, o directamente lo tomo en brazos como a un bebé, entonces miro al fulano de turno y pienso pero no digo: dudo que mi perro contamine más que tú, está bañado, no con frecuencia… con lo siguiente -seguro que más que tú-, peinado y perfumado a diario -como tú-, vacunado, revacunado, desparasitado -como tú-, va vestido con chupa de motero con cremallera y bolsillos laterales -como tú-, está perfectamente atendido -¿cómo tú…?- Pero sobre todo… y fíjate bien lo que te digo, forastero, mi perro está mimado, es muy querido, sueña cosas hermosas, jamás tiene pesadillas ni problemas de afecto o autoestima, es ABSOLUTAMENTE feliz, seguro que lo que ni tú ni yo seremos jamás. Ahora dime ¿qué problema tienes con mi perro…? Ayyy, si la envidia fuera tiña…
Yo, además de mi perro, sostengo su mirada, pues soy capaz de sostener varias cosas a la vez sin dejarlas caer. El tipo baja la vista con aire dubitativo…
Después de este diálogo mudo cada cual nos dedicamos a lo nuestro, compramos, pagamos nuestros artículos, y no nos vamos del comercio sin un cordial –respetuoso, cortés, frío o rutinario…- adiós o hasta luego. Las relaciones humanas son hermosas –cordiales, civilizadas, respetuosas, correctas o frías…- cuando mantenemos este tipo de diálogos mudos y callamos mucho más de lo que pensamos. Qué bonito.

sábado, enero 07, 2012

HOY HE PISADO EL ASFALTO

Hoy he pisado el asfalto
y he recorrido tus calles de nuevo,
he cruzado con luz verde
midiendo los pasos,
de semáforo en semáforo,
te he buscado entre la gente, como ayer,
abandonando ese instinto primigenio
de hacerme la encontradiza
cuando paso por tu barrio.
Hoy duré más que antaño,
caminando, sin detenerme un minuto
para tomarme un café,
he visto recortarse mi figura en un trasluz,
mi imagen depauperada,
como vid estéril y arrugada,
frente a un escaparate…
y no me he reconocido.
Hoy quise ser lo mismo que perdí
y he luchado contra el suelo,
clavando con saña mis suelas,
por no celebrar con risas
la dicha de esos extraños que me miran
ajenos a mis vivencias y recuerdos,
pues no parecen darse cuenta
que, lo que para ellos es fiesta,
para mi tan sólo es duelo,
para mi tan sólo es daño.
Hoy ya no siento aflicción ni desencanto,
sólo me siento más vieja,
mientras que a ti te presiento
lleno de vida, perfecto.
Y es que el cielo no es el mismo
ni las calles son doradas,
los bares no están vacíos ni calientes
para ti ni para mí,
los árboles, que nunca dieron su sombra,
al besarnos, se han helado.
Hoy… he salido a pasear los sitios donde te vi,
donde nació una ilusión para mí,
y donde, justo después de perderte, morí.

viernes, enero 06, 2012

FLECHAZO

Recuerdo que fue una de esas mañanas soleadas y luminosas en las que tengo por costumbre salir a pasear; antes de eso suelo desayunar en un bar cercano a mi casa y aprovecho para leer las noticias deportivas del día.
Reconfortado tras el café, pletórico y optimista, salí a la calle casi canturreándome una nana - como tengo por costumbre cuando me ducho y en mi práctica bianual del aerobic-, cuando justo al doblar una esquina, la vi.
A primera vista y sin fijarme en más detalles, me pareció una mujer muy hermosa y elegante, una diosa. De modo que para fijarme en más detalles, sobre todo en esos que van acoplados a la parte de atrás de las personas, me entretuve mirando lo que había al otro lado de un escaparate, el azar quiso que fuese en este caso una muestra de lencería femenina, así, hasta que ella pasó de largo.
Lo hizo a bastante distancia mía, pues la acera era muy ancha, y cuando rebasó mi altura, me giré y la seguí, después de todo no tenía nada mejor que hacer aquella mañana. Ya a segunda vista comprobé que, efectivamente, contaba con una espléndida retaguardia de un modo natural, es decir, lo que se adivinaba bajo unos ajustados pantaloncitos tipo jockey, de la prestigiosa marca “El Mulo”, barruntaba una naturaleza que había sido de lo más pródiga y generosa con aquella mujer. Por no hablar de su estilazo… yo no entiendo de marcas ni de firmas, mucho menos de imitaciones, pero vamos… la cazadora marrón de cuero que lucía, con aquel impresionante cuello de lince, llevaba el marchamo de la exclusiva casa Lovés, eso… como está mandado. Ni qué decir tiene del espléndido bolso que llevaba con aire descuidado colgado de su antebrazo derecho, desde unos cuantos metros atrás se veía claramente que ese bolso no era facsímil de mercadillo, qué va… el brillante cuero marrón representaba grabadas, repetidamente en toda su superficie, las siglas de la marca correspondiente, en este caso eran las letras S.P.Q.T.C, de la carísima firma Soy Pija Que Te Cagas. De todos modos, al no entender de modistos ni diseñadores, seguro que pasé por alto detalles importantes en la indumentaria de alguien tan elegante y distinguido como aquella dama; sin ir más lejos me viene a la cabeza la imagen de sus botas, similares a las de montar y a juego con el pantaloncito elástico, digo similares, pues no creo que el cotizado diseñador de dichas botas, ése que calza –con perdón- a famosas y aristócratas, se dedique ahora al calzado deportivo, cómo iba a mezclar churras y merinas el ínclito artífice de los tan celebrados “ marianos”…
La desconocida caminaba con aire resuelto, sin detenerse a mirar escaparates, parecía que llevaba prisa, es más… según caminaba, tan garbosa, su cabello rubio –con mechas-, oscilaba, y en su oscilar liberaba, metafóricamente hablando, una bandada de gaviotas. Azules, para más señas. Yo diría que su paso, casi marcial, iba acompañado de una musiquilla, era cierto himno que me recordaba no sé qué… total, que apreté el paso para no perderla de vista, pero sin acercarme demasiado, no fuese a percatarse de mi presencia y se asustase creyendo que yo era un sátiro o un ladrón, lo cual no sería raro, ni una cosa ni la otra: la primera, por su bonanza en demasía, la segunda, por el fabuloso reloj que asomaba bajo el puño izquierdo de su cazadora, un prestigioso Cartier-Ista que a buen seguro haría las delicias de más de un amigo de lo ajeno.
Aún así me aproximé un poquito más a ella, y es que yo ya notaba que me estaba enamorando, así que no era cosa de… fue entonces cuando percibí su fragancia, hummm… Si bien al principio me sorprendió, pues lo esperado en mi diosa hubiese sido un aroma a qué sé yo… a Chatún Nº 5, por ejemplo, o en su defecto a ése otro tan novedoso de la misma casa parisina, ideado para las noches románticas plenas de amor, el bien olido y mejor denominado Chatún 69, en lugar de aquella extraña esencia que expelía… sniff, sniff… mi musa olía a…a…a… ¡¡¡morcilla!!! Un olor a morcilla que tiraba para atrás, las cosas como son. Mi ánimo –mi líbido- se excitó más aún de lo que ya estaba; todo el mundo que me conoce sabe que no soy en absoluto un hombre frívolo que se deje llevar por modas, tendencias o marcas, que a mí lo que me pone verdaderamente es lo artesanal, lo primitivo, lo auténtico y lo perceptivo que entra por cualquier resquicio de los sentidos, soy un hedonista, qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo, y por supuesto… donde esté una fragancia a morcilla de Caleruega, auténtica en este caso, ya que identifico perfectamente la zona de origen de cualquier producto chacinero, sea morcilla, chorizo o panceta, que se quite el aroma a Chatún, a Pepe Patán a Victorino o a Leche&Bandarra.
El profundo e intenso olor a morcilla que emanaba mi deliciosa y exquisita pija al caminar, fue el reclamo que logró que mi marcaje se tornase férreo e insistente donde quiera que sus pasos me llevasen. Sus feromonas con irresistible fragancia a festival de la matanza, hicieron que me sintiera tras ella igual que un ciervo almizclero detrás de una cierva.
Cegado por la pasión ni me di cuenta del tiempo que llevábamos caminando, cuando nos encontramos ambos, uno a escasos metros del otro, ante la puerta de un bar de barrio tipo taberna, “El rincón burgalés” creo que es el nombre que estaba serigrafiado en las lunas de la fachada. Mi Dama empujó la puerta y entró con paso decidido, yo permanecí aún unos segundos más ante el escaparate por aquello de disimular lo indisimulable, esto es, mi frenesí por abordarla de una santa vez.
El bar, una vez que franqueé la entrada, resultó ser uno de esos polivalentes establecimientos hosteleros, típicos de barrio, donde a ratos se toma el vermut, a ratos se juega al chinchón, a ratos se toma el café, las raciones de la merienda, una copa, las doce uvas, a veces te toman el pelo, se canta el Asturias patria querida, y creo que, menos echar un polvo, uno puede echar de todo, un pulso, una partida a la tragaperras, una de chapas en Semana Santa o un responso por los Santos. Mi pituitaria amarilla no daba abasto, en aquel sitio se mezclaban sensaciones varias que recordaban mi niñez en la casa del pueblo: la mezcla de tufillos a lejía de suelo recién fregado más a café recién hecho, a churros y a cocido en la lumbre a punto de romper a hervir; los manteles eran de plástico, las sillas de plástico… todo parecía de plástico, me pregunté si los camareros de ese sitio no serían también de plástico y habrían sido adquiridos en los chinos o en el mercadillo, pero no me respondí, ocupado, como estaba, en otro asunto. Mi Dama había desaparecido sin dejar rastro, cómo era posible… eso sí, el reguero inconfundible de su aroma a sangrecilla y arroz la delataba por doquier, y apuntaba como una de esas flechas que hay pintadas en los aeropuertos en dirección a una puerta de entre varias que había al fondo del local. Ahhh, pensé, pobre… ha ido al lavabo, se ve que le corría prisa; la morcilla, como todo el mundo sabe, tiene propiedades laxantes. Mi excitación fue en aumento, por un lado el gozo de saber que teníamos algo muy fuerte en común, el gusto por la gastronomía y los productos típicos del país, por otro lado… me da vergüenza decirlo, pero… imaginarla sentada en el retrete de un sitio tan cutre, con una ropa tan cara, seguro que sus bragas eran carísimas, unas de ésas de la Victoria Excret, enrolladas a la altura de las rodillas, bufff… casi me hizo convulsionar, y creo que hasta emití un pequeño gemido que no le pasó desapercibido al chaval que recolectaba vasos del lavavajillas al otro lado de la barra. De modo que disimulé haciendo como que pensaba qué me iba a pedir de tapa de entre toda la oferta de raciones que lucía una pizarra verde que había en la pared. Sumido en la lectura estaba, cuando apareció la camarera con un higiénico gorrito blanco en la cabeza, ajustándose el delantal:
-Buenos días ¿qué va a ser…?- Preguntó con cierta indolencia.
- Una de morcilla, por supuesto, y una caña, por favor- Respondí.
Qué casualidad, pensé al ver su muñeca izquierda, cuando limpiaba con una bayeta las migas del mostrador para poner mi caña encima, otra tipa con otro reloj de oro Cartier-Ista en menos de dos horas, para que luego digan que estamos en crisis…
Y una oleada de cálido placer sacudió mi bajo vientre.

martes, enero 03, 2012

HOMBRES...


El hombre no entiende nada, se encoge de hombros porque la noche le confunde, la mirada se le enturbia, el ánimo se le disloca y su rutina se trastoca. Tarda en adaptarse a la oscuridad, sus pasos son vacilantes y medrosos, aunque no le tiembla el pulso cuando se siente intimidado y acorralado por ella, entonces… no duda en disparar, y tras la detonación, siempre cree haber abatido su pieza, pero en realidad no es así. La Dama Oscura, blindada a las armas de fuego y demás explosivos, sale indemne del disparo o la deflagración. Como todo el mundo sabe, o debería saber ya, la Dama Oscura está compuesta en gran parte por acero puro entre otras aleaciones, y tan sólo es vulnerable a la mirada cálida de unos ojos oscuros e ígneos, de determinada especie animal, capaces de precipitar la lava de un volcán.

domingo, enero 01, 2012

LA DAMA DEL CUADRO


Sola. Desde el otro lado del cuadro, la mujer de Romero de Torres mira de soslayo.
Esconde detrás de un gato su rostro y sus ojos llorosos. No quiere que los visitantes la veamos llorar, pese a todo no tiene mayor inconveniente en mostrar su desnudez y su femenina fragilidad. Nosotros disimulamos, hacemos como que no la vemos, mientras con el pie pisamos el charquito de lágrimas que se va formando junto a la pared que sostiene el cuadro. En realidad no queremos hacerle daño. Sola. Sola se queda de nuevo cuando nos alejamos de allí a otras salas del museo. Tras nuestros pasos, solas se quedan las huellas mojadas que van dejando las suelas de nuestros zapatos sobre el pavimento.