lunes, diciembre 16, 2013

Primer premio en el Certamen poético/recitado "Uvas con queso saben a verso"










El día 14 de diciembre, sábado, se celebró en la Casa de Cultura de la Villa de Serrada la final de dicho certamen entre los ocho finalistas. Resulté ganadora con el primer premio y 200 euros con el poema NO PIENSO HABLAR DE ESO. Mi agradecimiento es para el Ayto de Serrada y la Asociación Cultural Eclipse, junto a Quesos Campoveja, promotores del mencionado certamen, y para el jurado, además de mi admiración y respeto al resto de concursantes, finalistas y los otros dos ganadores, Guillermo del Pino Manzano (2º premio) y Esperanza González del Val (3º premio y premio del público). Éste es el poema:


NO PIENSO HABLAR DE ESO

 Me piden un poema en un papel
que hable de las uvas de colores,
da igual la variedad,
garnacha, tinto fino o moscatel.
Me piden unas líneas sobre el queso
y las quieren en un folio Din A-4,
no dejan que las lleve de  la mano,
eso sí, da igual que sea Cabrales,
gouda, feta o parmesano.
Me piden que escriba en un mural de versos
para matar el rato,
para aliviar el ocio,
para loar la uva,
para ensalzar el queso,
regalo de los dioses,
 para glosar el vino,
da igual Verdejo, Sauvignón o Palomino,
haciendo así un arte de la parra,
la oda, el lacticinio,
las papilas gustativas,
el olfato, la pitanza
y hasta del eclipse de algún caldo
abortado en su crianza.

Me sorprende que unas bases
que ligan las uvas con el queso,
aliñadas con amor
y algún toque de verso,
no contemplen el suspiro que se escapa
de la boca donde nunca cabe un beso.
Por mucho que se empeñen
hoy voy a hablar de besos.
De besos oscuros y fornidos,
cargados de tanino
y robados a la vuelta de un pasillo.
Son tintos,  robustos y con cuerpo
como uva tempranillo.
De besos sutiles y furtivos
que cambian de color en el envero
lo mismo que las vides,
son fugaces y ligeros,
cargados de deseo contenido,
y son tan inquietantes
como escribir frases de amor
en la tapia de un convento.
Los hay babosos, invertidos,
tienen más de cuatro rombos,
pesan más de una fanega,
miden más que siete biombos
y dan fruto al llegar la primavera
con el lloro de la vid,
tienen poco de solemnes
y  nada de elegantes,
pero son en buena lid
como aquellos duelos de antes.
Hay besos blandos
que nacen con desgana,
crecen como pueden
con el mal de filoxera
y mueren al saltar por la ventana
persiguiendo una quimera.
Es el huero beso crudo,
ávido de sal y cariño
que mata el hambre, sí,
pero al igual que el mascarpone,
ni te sabe, ni te dice ni te pone.
Hoy no vengo a hablar de quesos
ni de uvas ni de versos…
hoy, Damas y Caballeros,
sólo pienso hablar del beso.
Del beso que te araña cuando falta
y que, aunque suene a chasquido,
es sincero si te asalta
y te horada las entrañas.
Es tan tú, que es el raspón de la uva,
el hollejo que se pisa,
es el mosto de los ñoños
y tan dulce como el vino de la misa.
Es el queso de tu boca,
esa miga que te como con mis labios si te beso,
es la uva señalada como albillo
que permite que la arranque del racimo
para jugarla en mi lengua,
para rodarla en mi dedos
 y estallarla entre tus dientes y los míos
cuando te beso a tornillo.
Te lo juro hasta por Baco, ya lo ves,
que celebra nuestros besos con la lira
mientras pita falta a Steinbeck
por hacer apología de las uvas de la ira.
No pienso hablar de esos quesos
que al maridar con las uvas
saben a dulzor y cuajo,
prefiero hablar del sabor
que está oculto en las despensas:
el del verso emocionado que palpita
cuando como queso y uvas, gajo a gajo,
mientras que tú a mí… me besas.

 

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