sábado, julio 31, 2010

DE CÓMO ABRAZAR LA MISANTROPÍA






MISÁNTROPO:


Persona de carácter huraño y desabrido que manifiesta aborrecimiento por el trato humano.

A la misantropía se puede llegar por distintos cauces, supongo… -esto es sólo un suponer, pues ni soy lingüista, ni filósofa, ni científica, ni socióloga, ni antropóloga ni psicóloga, no soy nada, ésa es la pura verdad-.

Uno de ellos puede ser el cauce intrínseco, el que uno lleva por dentro como carga genética o simplemente porque viene con nosotros de serie, lo mismo que nos viene dado el color de pelo. También es un suponer que en la niñez los rasgos del misántropo están menos marcados, se dice que los niños son más alegres, que tienen siempre motivos para estar contentos… se dice… se dice… se dicen tantas cosas que no son verdad…

Otro cauce para abrazar la misantropía es el puramente extrínseco, es decir, uno viene al mundo bien, contento, encantado de conocerse, pero luego las circunstancias de la vida le llevan a ¿aborrecer…? a la especie humana. Puede que aborrecer sea una palabra demasiado rotunda, en todo caso puedo dar como buena “una cierta animadversión” y de ahí no bajo un punto. La vejez, la mucha reflexión, el aislacionismo, las nuevas tecnologías que nos llevan a adquirir unos hábitos en cuanto a ocio que se desarrollan en solitario, las prisas y el estrés que hacen que nuestra vida social a veces se vea recortada considerablemente. Todos ellos son factores que pueden conducir al individuo a vivir su vida de fuera a dentro, en vez de dentro a fuera, y a sentirse cada vez más a gusto haciéndolo de ese modo.

Pero también hay causas debidas al modo de conducirnos los humanos y de relacionarnos entre nosotros, ocasionadas por un mal uso de dichas relaciones, que hace que éstas se vean emponzoñadas, deterioradas… siendo germen y origen de desengaños, desencantos, frustraciones, dolor… y por consiguiente, como mecanismo de defensa frente a posibles y ulteriores relaciones lesivas, uno elabora una coraza, que en realidad es más un muro de metacrilato que le aísla del exterior, del contacto con los “otros”… del dolor.

Es triste comprobar cómo uno, pasado el tiempo, se siente estafado, engañado por quien ha sido objeto y destino de sus afanes, de su cariño. Es triste comprobar, cuando se nos cae la venda de los ojos, que todo lo que hay detrás es sólo mentira, mentira, mentira, mentira… que de algún modo hemos sido utilizados por alguien cuando ha precisado de nuestra compañía, pongo por caso: tal vez para mitigar un aburrimiento pertinaz, tal vez como paño de lágrimas en algún momento dado, tal vez como objeto de estudio, sí… a veces suscitamos curiosidad por mil y una razones, y somos sometidos a estudio con la misma precisión que un entomólogo estudia a un insecto nuevo, pero luego… una vez que desaparece la magia y lo sabemos todo ¿qué ocurre con el insecto…? ¡¡Se le pisa o se le arrancan las alas!! Todos guardamos dentro algo de ese niño travieso y dañino que fuimos antaño, y aunque hemos crecido, seguimos arrancando alas y pisando a las hormigas que van cargadas con una enorme miga de pan diez veces más grande que ellas. Es curioso, no es lo mismo ser útil que ser necesario. Lo necesario casi siempre es útil, pero lo útil no tiene porque ser necesario; la utilidad se mide… cómo diría yo… en unidad de tiempo, algo es útil hoy, mañana o dentro de un mes. Lo necesario se mide más por la calidad, por sus bondades… aunque algo no sea bonito, aunque alguien no sea especialmente bello o brillante, si nos es necesario, es bueno. Utilitarismo… una palabra sencilla que encierra dentro de ella toda una doctrina, corriente de pensamiento que intenta de algún modo emparentar con la moral haciéndonos comulgar con ruedas de molino, pero ya ven que no.

Lo peor de todo es que cuando nos damos cuenta de ello, de que todo ha sido una farsa, que donde parecía que había mucho ruido en realidad no había nueces… nos sentimos frustrados y dolidos como si nos hubiesen dado una puñalada trapera. En realidad debería ser al revés, el momento en que se descubren las cartas y se ponen boca arriba es el momento de la “verdad” por mucho que ésta duela, es cuando deberíamos sentirnos menos humillados y menos estafados, y al revés… sentirnos dolidos por ese pasado “feliz” en el que estábamos lo suficientemente ciegos como para no ver que detrás de nuestra historia no había nada, había humo, gas… pestilente gas…

Aún me miro las manos, surcadas de venas azules y gruesas como cordones, surcadas de arrugas, y… dejémonos de eufemismos, no son manos de clásica, son manos de vieja… las contemplo y veo que, hartas de trabajar, están perdiendo hasta los diseños de sus huellas digitales, y me pregunto -aparte de por qué yo no soy princesa si tengo las venas azules, pues mi sangre ha de ser azul necesariamente- cómo es posible que siendo tan vieja siga siendo tan inocente para muchas cosas, cuándo aprenderé… pero nunca hallo la respuesta.


Poco a poco de ese modo, golpe viene, golpe va… es cómo uno se desencanta de la especie humana y deposita la mirada en el reino animal, un gato, por ejemplo, siempre me vendrá de frente, nunca me dirá que soy maravillosa o inteligente, él se limita a pedir su comida y ya está, le soy útil, puede que hasta necesaria, pero le seré útil cada día que necesite comer, que son todos los días de su vida. Y eso que el gato no es el mejor ejemplo, porque, qué me dicen del perro… ése sí que no vendrá a decirme nunca con ñoñería, esto me aburre y me hastía, estoy pensando en cambiar de dueña… El humano, sí. Los humanos nos aburrimos de todo y de todos. Un humano hoy me adula, me dice que le gusto, hasta le soy útil, qué cosas… pero eso es sólo hasta que empieza a serle útil otra gente, otros amigos, otro círculo que se abre mientras el mío se abrocha con la disculpa de la distancia, el olvido, lo que no conviene, lo que conviene, lo que contiene, lo que no contiene… tonterías… y ¡mentiras! ¡Disculpas…! Nos pasamos la vida justificándonos a nosotros mismos cuando hacemos algo que sabemos de antemano que está mal, y en vez de verbalizarlo buscamos subterfugios, otros itinerarios que nos liberen y eximan de culpas y responsabilidades para que nuestras conciencias duerman más o menos tranquilas -si pueden-, sin importarnos un carajo los cadáveres que vamos dejando por el camino que, como suponen ya un lastre en nuestras vidas, es mejor dejarlos aparcados en la cuneta del olvido con alguna estúpida disculpa.

A la misantropía también se llega cuando uno considera que el mundo que le rodea es mejorable en muchos sentidos, pero con los mimbres que tenemos pocos cestos podemos hacer, y que si la mediocridad tuviese alas no se vería el cielo… desde luego el misántropo siempre es alguien vanidoso y engreído que se cree superior a los demás. Ése es un dato inapelable.

Como colofón sólo añadiría algo: ruego a Dios que no haya una segunda edición de “esto” que nos toca vivir, pero de ser así, espero que a mí me convierta en bicho y, puestos a pedir… que sea un bicho que ni sienta ni padezca, que carezca de sentimientos para que sufra lo menos posible

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