viernes, julio 30, 2010

ORGULLO CIEGO



Asomada a la ventana, apoyadas las manos suavemente pero con firmeza sobre el alfeizar, le gritaba entre hipos:

-Y no vuelvas a aparecer nunca más por aquí, espero no verte, miserable, ya no me quieres… no necesito la limosna de las pocas palabras que rompen tus largos silencios, me oyes… no quiero saber más de ti.

El tipo, imperturbable, escuchaba la arenga desde la acera, y sólo movía levemente el músculo que tiraba de una de sus cejas hacia arriba para darle a su cara un aspecto de lo más burlón.

Ella intentaba mantener la compostura como podía, aunque presentía que las lágrimas pugnaban por ahogarla. Es curioso, pero hay dos tipos de llantos: los que vienen de los ojos y caen hacia abajo, que viene a ser lo mismo que agua de lluvia; y el llanto que nace de dentro, de las propias entrañas, y luego sube hacia arriba, hacia los ojos. Éste segundo se parece más al agua de un pozo o de un manantial, y es un tipo de llanto mucho más peligroso que el primero, pues a medida que sube por el cuerpo pone en peligro la integridad física del sujeto, pudiendo incluso llegar a ahogarle.

El fulano por fin rompió su silencio y le espetó desde abajo:

-Vamos a ver… no te he dejado de querer, sencillamente… porque nunca te he querido; no he dejado de venir, sencillamente… porque nunca he venido; no he destrozado mis silencios con palabras limosna ni con palabras bomba, sencillamente… porque nunca te he hablado… a… ti ¿te enteras? Lo que ocurre es que tú ves lo que no hay y lo que no es: ESTÁS CIEGA… ¿me oyes? ¡CIEGA!

Y se lo dijo tal cual, con mayúsculas, unas mayúsculas que sonaron a tipografía de cartel descomunal, uno de esos que se colocan en las fachadas de los edificios de Gran Vía, pongamos que hablo de Madrid.

Ella podía soportar aún más, incluso su orgullo malherido, pues lo de tener el alma herida llega a ser un modo de vivir, un estilo. Lo mismo que el deportista hace del deporte su modelo de vida o el rico lo hace con sus bienes, el célibe con su hambre atroz, el erudito con sus libros y bagaje cultural o el gilipollas con sus tonterías, así, el herido de alma, el humillado, vive y sueña rodeado de humillaciones, tragándose su orgullo y su daño, lo cual no le hace necesariamente ser mejor persona, al contrario… el humillado puede llegar a convertirse en alguien tan miserable como el que humilla, incluso más, en alguien resentido, ácido de humor y amargo de carácter. A veces pensamos erróneamente que las personas ácidas y sarcásticas son dueñas de una inteligencia más fina y sutil, qué va… sólo son personas como las demás, pero más ácidas y sarcásticas, igual que ocurre con las naranjas o con las ciruelas.
De modo que ella aguantó la lapidación verbal a la que él la sometió, tratando de esquivar cada piedra que la arrojaba en forma de verdad, “su verdad”, que a fin de cuentas era la única verdad.
Por fin se retiró de la ventana y apoyó la espalda contra el muro que daba a la calle, sollozando, dejando fluir sus sollozos con objeto de achicar el agua de las lágrimas que le venían de dentro, esas lágrimas que como he dicho antes, suben y suben de nivel, llegan hasta el cuello… y sientes que te ahogan, que no puedes hablar porque te duele la garganta como si tuvieses mil anginas inflamadas. De fondo, los gritos de él… ¡CIEGA! ¡¡ESTÁS CIEGA!! Y las carcajadas, se reía como sólo un torturador que disfruta despedazando a su víctima sabe hacerlo.

Como pudo, con la voz quebrada, ella le gritó desde dentro:
-No estoy ciega, no estoy ciega, es mentira todo lo que dices… te has burlado de mí, ahora y siempre… no estoy, ciega, no estoy ciega…-

Cada vez lo decía más bajito mientras deambulaba por la habitación buscando algo a lo que asirse para no caer desplomada y lastimarse, la cabeza le daba vueltas y sentía que el suelo había desparecido bajo sus pies. Un golpe seco contra lo que parecía un mueble, le hizo callar su salmodia repentinamente. Se dio en la frente con un borde, dolía, cada vez más, y manaba sangre, aquello parecía una buena brecha, sí… ¿quién coño ha puesto esto aquí? Se preguntó entre dientes mientras se llevaba una mano a la frente.
El colosal armario ropero, un armario megalítico, enorme, que llevaba allí desde siempre, toda la vida, ni se inmutó, desde luego no se dio por aludido.
Ella, de poder haber elegido, hubiese preferido ser sorda para no oír las carcajadas de él que le llegaban desde la calle cuando escuchó el sonido hueco del golpe que se dio contra el armario.

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