Cuando
el ginecólogo se dispuso a practicar la cesárea a la paciente, advirtió
sorprendido y horrorizado que, en vez de útero, lo que tenía esa mujer alojado
en la pelvis era una chistera.
No
es de extrañar pues, que en lugar de un niño, la criatura que nació fuese un
conejo.
El
susto también alcanzó al padre, el cual, al conocer la noticia, se desplomó en
el pasillo sobre un montón de heno.
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