Me aferré a las crines del tiempo pensando que cabalgaba sobre un pura sangre. Pero, azarada, comprobé que los árboles situados a ambos lados de la carretera de la vida, desfilaban ante mis ojos mucho más rápido de lo que yo estaba dispuesta a tolerar. Sentí vértigo. Entonces, sólo entonces, me di cuenta que lo que sostenía entre mis manos no eran las melenas de un caballo, ni el cuero de unas riendas; sino, más bien, el material sintético del volante de un Ferrari.
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