Se
revolvió en el asiento y se palpó bajo la bata los senos aún rellenos de
algodón, la cara interna y arqueada de sus muslos… todo estaba en su sitio, en
perenne estado de hibernación, enmarcado por un perfecto y asqueroso orden,
esperando la llegada del poeta que llama a la musa despierta, esperando al
virtuoso que tañe el instrumento, flauta, mandolina, lira, pandereta o trompeta
que rasga el viento. “Lo que a los sueños
es tibieza y humedades, a los despertares debe ser torrente y fuego”,
pensó. No quiso seguir imaginando, de modo que cerró los ojos, y cuando los
abrió, aparte del dinosaurio, que seguía allí tan campante meneando la cola,
estaba “él”. Se frotó los párpados con energía. Tuvo que sujetarse fuertemente
a la silla para no abalanzarse en sus brazos, asegurándose previamente que
estaba debidamente cerrado el candado de su cinturón de castidad.
viernes, octubre 26, 2012
EN MEDIO DE UN CUARTO VACÍO
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