viernes, diciembre 15, 2006

PASEO POR SALAMANCA


Efectivamente es lo que parece, Salamanca. Ya hay quién se me ha adelantado como cronista en otro blog para narrar lo que fue un día helador en la ciudad del Tormes. Poco más –y con menos gracia- puedo añadir.
La ciudad, hospitalaria y hermosa como siempre, ese día para variar nos recibió con gesto huraño y desapacible. Pero sólo a efectos climatológicos, pues a nivel humano Salamanca siempre será un lugar acogedor y lleno de ambiente donde nunca te vas a sentir solo.
Tras la tapita de rigor para irnos entonando llegó la visita al casco histórico y, como no podía ser menos, a la Catedral. Cuando íbamos a salir de la misma, un viento gélido con lluvia y granizo nos hizo desistir del intento. Otra vez para dentro y la Catedral que se va llenando poco a poco de gente que, sin paraguas, corre a refugiarse de la lluvia y el frío. Hasta un joven feligrés, un pequeño pomerania, tiritaba entre los brazos de su dueña y miraba confuso la elevada bóveda del edificio en un afán, sin duda, de dirimir si los arcos de crucería eran del XV, XVI o XVII... Tarea harto complicada para un lego en materia artística tanto si se es persona humana o dogo argentino, no digamos ya si se trata de un caniche, un chihuahua ó un pomerania –me imagino a mi Pachi...-

Visita obligada a la Plaza Mayor y a la fachada de la Universidad en busca y captura de la dichosa rana. De unas veces para otras a una se le olvida dónde demonios se aloja el bicho. Dicen que su hallazgo te procura novio ó un aprobado en la asignatura (¿en cuál de ellas?). Como una servidora ni estudia ni busca novio, desistió del intento y esperó tranquilamente a que alguien le pasara la información. Lo mismo que siempre hay quién está dispuesto a revelarte la identidad del asesino en la novela que estás leyendo, o si el chico se queda con la chica al final de la “peli” que piensas ir a ver, me dije “malo ha de ser que no haya algún alma caritativa que me ilumine acerca de la ubicación de ese pétreo e ilustre batracio”. Efectivamente, me hice a un lado de la plaza buscando el cobijo de una fachada y en escasos minutos conocí el emplazamiento de la ranita por boca de varias personas. Así... sin despeinarme ni rotar un solo grado mis sensibles cervicales.
Total, como quiera que las orejas se me estaban quedando como dos carámbanos, impulsivamente -sepan señores míos que una se rige la mayoría de las veces por impulsos y en el tema de las compras no iba a ser menos- irrumpí en una tienda y entre otros artículos variados adquirí una gorrita visera con un moteado similar a la piel del tigre -la mas kitsch que vi, qué quieren que les diga-. Me la calcé con etiqueta y todo. La dependienta se empeñaba en quitármela pero yo le dije “ahora que me está entrando la cabeza en calor...¡ni de coña!, y me fui con el ticket colgando, -desde que una servidora es actriz, tiene unas extravagancias...-
Remoloneando, después de un plato combinado –normalito-, un Rioja de Crianza –mejor- y chistes a los postres y el café, salimos otra vez, a por todas y afrontando el frío, a dejarnos engullir de nuevo por las empedradas calles salmantinas.
Esta vez fuimos a dar justo a las mismas fauces de la Casa Lis. Tenía yo ganas de entrar en ese sitio, pues soy una enamorada del Art Noveau y el Art Déco y nunca había tenido oportunidad de hacerlo. La verdad, me gustó. El edificio es bonito por fuera y por dentro. Alberga una interesante colección de piezas de porcelana, esmalte, bronce, vidrio, muñecas antiguas y las deliciosas criselefantinas, esas figuras exquisitas y delicadas de oro y marfil con una constante que se repite en todas ellas, el movimiento. Las pequeñas bailarinas en equilibrio, vestidas estilo charlestón, parece como si estuvieran a merced del mismo viento que por la mañana amenazó con ponernos a los pies de Su Majestad la Peña de Francia.
No se permiten cámaras fotográficas aunque no me pude resistir a la tentación de hacer una foto del interior con el móvil (esa que ven ahí), supongo que mi gorrita kitsch no le pasó inadvertida al de seguridad porque vino rápidamente a llamarme la atención- con mucha corrección, eso sí-.
A la caída de la tarde, de regreso a Pucela y, cómo no, de vuelta a casa o lo que es lo mismo, al Suco, a La Antigua, al Portón... ¡Ahhh... hogar, dulce hogar!

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