sábado, diciembre 02, 2006

ACOSADO

El pulso le latía muy rápido, tal vez demasiado. Tuvo que bajar el cristal de la ventanilla porque se sentía asfixiar dentro del coche. Notaba cómo el sudor chorreaba por su espalda y le iba empapando la ropa. Molesto, se ahuecó el cuello de la camisa. Dio un tirón seco y rodeó su cuerpo con el cinturón de seguridad. De la fuerza que hizo al traccionar, la cinta de tela quedó bloqueada, “no me faltaba más ahora que me pillaran sin el cinto”.
Los treinta minutos más estresantes que recordaba de los últimos tiempos, los llevaba navegando, perdido y a la deriva, por las calles de la ciudad, a bordo de un viejo coche tuneado y en medio de una palpitante oscuridad tapizada de neones y faros de vehículos.
Desde que abordó a punta de navaja a ese tipo a la puerta del cajero y le pilló los cien euros que llevaba encima, había emprendido un viaje iniciático hacia las mismas entrañas del infierno. Montó en el destartalado vehículo que le esperaba en marcha junto al cajero, arrancó haciendo chirriar sus ruedas y, a ritmo de reggaeton, aceleró dejando sobre la acera a un confuso y asustado viandante que, a voces, pedía ayuda a través de un móvil. A los cinco minutos exactos tenía tras de sí un monstruo de grandes ojos anaranjados que le seguía sin pestañear, echándole todo su aliento sobre el cogote. El tenaz acosador emitía unos alaridos espantosos y, sobre su cabeza, llevaba una especie de antorchas que daban vueltas y más vueltas, emitiendo destellos luminosos.
Se saltó semáforos en rojo, esquivó personas, motos, autobuses, frenó, aceleró, trató de dar esquinazo al monstruo... fue inútil. Todo le daba vueltas como si estuviera sobre un tiovivo y sentía un desagradable zumbido dentro de sus oídos. Se apartó bruscamente a un lado de la calzada y sostuvo su cabeza, que estaba a punto de estallar, entre ambas manos.
Con sorpresa y de refilón vio que ¿¡¿LA AMBULANCIA?!? que venía detrás, no sólo no se detenía sino que le sobrepasaba, y hasta pudo percibir la mirada furibunda de un sanitario que le increpaba desde su interior: “¡¡¡Ya era hora de que nos dejaras pasar, cabrón!!!.

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