martes, septiembre 14, 2010

EL ÚLTIMO DÍA QUE ESTUVIMOS EN "CASA DELFINA"

Cuando dije que el gato de la Delfina se apostaba al otro lado del mostrador, no mentía… Ahí le tienen ustedes.
Antes de irnos de Cangas fuimos a despedirnos de ella y del Jesús, su marido nonagenario. Fue entonces cuando, ante dos copas de aguardiente, en un rincón del petit bar, ella fue contándonos entre dientes su amarga historia de pesar… como diría la copla. Frente al viejo –y casposo, todo hay que decirlo- bar de la Delfina, hay dos disco bares de esos que suelen estar frecuentados por jovenzuelos adolescentes. Le pregunté si los chavales no se metían con ellos, dado lo dañinos que son a veces cuando están en grupo y frente a los débiles y más vulnerables, aunque hay de todo, claro... La anciana empezó a largar y largar… y sí, se han metido con ellos hasta el punto de arrojar dentro de su viejo-local-vivienda un cóctel explosivo de los de fabricación casera, introducido en una botella de vidrio. Las gamberradas se han ido sucediendo en el tiempo, han ido in crescendo hasta el punto de tener que tomar medidas: recabar datos, pruebas, incluso informes de asistencia médica por crisis de ansiedad –un anciano nonagenario difícilmente puede digerir bien un ataque con explosivos en su casa, salvo que tenga una mente tan lúcida como otro adolescente, y ni eso… nadie está preparado para un susto de colosal tamaño-, a fin de presentar una demanda e ir a juicio contra los presuntos –siempre presuntos gamberros, aunque en este caso la presunción sobra, pues ellos mismos se habían declarado culpables- El juicio fue otra gamberrada, desde el abogado defensor hasta la jueza, pasando por los familiares de los chavales, se rieron todos de ella a mandíbula batiente, exhortándole la misma jueza a que “perdonase a los chicos las faltillas” y se olvidase del tema, naturalmente sin ningún tipo de condena, resarcimiento del agravio… nada de nada… es más… misteriosamente desaparecieron las pruebas de daños y lesiones que estaban en manos del abogado de la defensa. La Delfina no quiere ni oír hablar de juicios, se sintió humillada y burlada, mientras tanto, hasta hace algún tiempo en que han dado en remitir -¿calma chicha?-, los ataques se siguieron sucediendo con saña y alevosía, más aún amparados por la impunidad que parecían disfrutar los jóvenes delincuentes. Insultos a lo largo y ancho de la noche, exabruptos, pedradas, rotura de cristales, intentos de disuasión a los clientes que optaban por entrar allí a tomar una sidra o un vino… en fin, una guerra fría sin cuartel y sin conocimiento de causa. Yo le apunté tímidamente a la Delfina: ¿No ha pensado que alguien puede tener interés en ustedes abandonen este local tan antiguo y tan céntrico…? De hecho el citado local, que nunca se lo vendieron a ella, en cambio se lo han vendido a otros que esperan expire el plazo que determina la ley para que abandonen el sitio. Son meras conjeturas pero… se ven y se oyen tantas cosas…
La mujer dijo que sí, que había pensado en ello, que había pensado en que los chicos tal vez fuesen de alguna familia influyente… pero claro… sin pruebas… Afortunadamente, sean chiquilladas de niños discotequeros o no, les han dejado en paz una temporada, qué menos… respetar a un par de ancianos y un gato que se ganan la vida, por tradición o porque les sale del refajo, detrás del mostrador de una cantina, sin meterse con nadie. Pese a todo… relacionamos sus experiencias con un gesto elocuente que nos hizo un chaval antes de entrar, el gesto de no pasar, como si fuesen apestados los que viviesen en ese sitio.
El señor Jesús nos contaba que él había estado en el frente, en la Guerra Civil, le tocó en el lado rojo como le pudo tocar en el verde. Él no se considera de ningún lado, sólo quiere que le dejen vivir en paz, de toda la vida. Lo único que sabe es que en la guerra lo pasó muy mal: “[…] me tocó comer carne cruda de vaca, y gracias… pero yo no era de ningún bando, así que cuando vine del frente, que estuve en Bilbao, pregunté ansioso, al llegar a Arriondas, si buscábame alguien... […]”
-Por ti no pregunta nadie-
dijéronle.
Cuando nos despedimos de ellos, la Delfina nos dio un beso y nos dedicó el piropo más bonito que se le puede dedicar a alguien: Ha sido un placer conoceros porque sois muy buena gente.


No hay comentarios: