sábado, febrero 03, 2007

LECTURA DE TAROT (Segunda parte)



- Nooo...bueno, no sé qué decirte. Siempre me has pedido que si veía alguna desgracia evitara el comentario ¿no es así? -

La echadora de cartas eludía la escrutadora mirada de la clienta, que buscaba en sus ojos algo más de concreción.

-¿Se trata de él?-

-Sí.-

-No “ves” nuestra relación ¿verdad?, ¿ a qué es eso?-

- Qué va. Él te quiere, está muy enamorado de ti. Lo que sí veo es un incidente, algo que va a cruzarse en su camino, puede ser un percance en el trabajo, en la carretera...cualquier cosita, tampoco tiene porqué ser grave ¿eh? Pero es posible que ello obligue a que tengáis que anular ó posponer de momento vuestros planes.-

Hizo una pausa. Viendo el gesto compungido de su clienta, le tomó las manos entre las suyas apretándolas con calor. Sonriendo nuevamente, trató de matizar buscando las palabras más idóneas para proporcionarle un poco de consuelo:

-Ya sabes que las cartas muestran señales, indicios. Te hablan de enfermedades, se te ponen los pelos de punta y ¿qué?...luego a lo mejor es un simple catarro...No hay que creerse las cosas a pies juntillas, mujer. Ellas me dicen, yo interpreto, pero ocurre como con los idiomas, traducir al pie de la letra y que tenga sentido, a veces es difícil. Mira, cariño, tú no te preocupes, seguro que todo va a salir bien, ya lo verás. Vamos a seguir. Pregúntame lo que quieras ¿vale? -.

La pitonisa siguió desgranando frases hechas, generalidades de esas que no conducen a nada, con la misma profesionalidad -y también desgana- con la que un docente suelta su lección ante una horda de tarugos día sí, día también. La clienta apenas escuchaba algo más que un murmullo de fondo. Sin prestarle atención, mantenía sus ojos clavados en un dibujo del tapete de ganchillo, una especie de piña hecha a punto alto, mientras su mente estaba lejos, muy lejos de allí. “...Y poco más te puedo decir, si no quieres preguntar nada concreto, hemos acabado por hoy...”, fueron las últimas palabras que escuchó y que le sacaron de su abstracción.
Triste y pensativa, la mujer pagó religiosamente los honorarios estipulados, se despidió de la tarotista con un par de besos en la mejilla y abandonó el pequeño local.



La echadora de cartas entró en su apartamento cuando empezaba a anochecer. Su aspecto denotaba cansancio y abatimiento. Cerró la puerta tras ella y, sin hacer ruido, depositó las llaves sobre la consola de la entrada. Inclinó la cabeza para escuchar mejor el sonido de la tele que le llegaba desde el salón. Avanzó a través del pasillo en dirección a la luz. La imagen que devolvía la pantalla, al incidir sobre el brillante pavimento de madera, simulaba una composición de figuras fantasmagóricas en movimiento, pero en realidad no eran más que varios hombres correteando tras un balón.
Un tipo atractivo estaba sentado sobre el sofá. Sus grandes ojos oscuros, dotados de una soñadora y tibia mirada, estaban literalmente clavados en el televisor.
Completamente despatarrado sostenía una cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra.
Ella buscó en el bolso a tientas. Su mano tropezó enseguida con el objeto deseado, una pieza cilíndrica y pequeña, de consistente y frío metal. Apuntándole con el arma directamente al pecho, le descargó tres disparos sin mediar ninguna palabra. El hombre ni se enteró. Permaneció tendido en la misma postura en la que estaba.
Arrojó el revólver. Atinadamente fue a caer encima del pecho de la víctima sobre un reguero amarillo de cerveza que, curiosamente, mezclaba bien con el rojo bermellón que brotaba del interior de su camisa.

FIN

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