sábado, octubre 06, 2007

EL TRICOT DE PENÉLOPE


Pasó lo que tenía que pasar. Penélope no jugaba a ser mito, no quería ser divina. Sólo aspiraba a ser humana, de carne y hueso.

Tomando las agujas entre sus hábiles dedos, empezó a tricotar un suéter para Ulises. Al poco tiempo de iniciar, éste, su largo periplo, ella se enamoró de un grumete de tez morena, piel tatuada y grandes ojos negros de fuego que quemaban como ascuas. Tanto, tanto quemaban, que a veces cuando estaba tejiendo había de soltar las agujas porque su mirada le abrasaba las manos. Entonces se le caían los puntos y tenía que deshacer y volver a empezar de nuevo la labor, mientras un despistado Ulises escuchaba en la radio a cierta cantautora entonar “Cantos de sirena”. Penélope tejió y destejió hasta que perdió la cuenta de los puntos que llevaba.

Ulises se percató de lo que estaba ocurriendo. Sonó un clarín. Su orgullo de hombre no pudo soportar tamaña traición:

-“¿No sabes que odio los suéteres de cuello alto? ¿Cómo has podido hacerme esto a mí, con el calor que hace en Ítaca? ¿Has olvidado que te pedí uno con cuello a la caja?”-

Andrajoso, harapiento y sin jersey, Ulises tensó el arco y disparó certero al mismo corazón del grumete que, sin aspavientos, abatido cayó al agua. Penélope deshizo de nuevo la prenda y, suspirando resignada, empezó de nuevo a tejer sin apartar su vista del agua.

No hay comentarios: