lunes, octubre 08, 2007

LA SUERTE NO ES PARA QUIEN LA BUSCA


Pues sí, amigo, creo que era ella.
Estaba apostado ante un semáforo, cuando miré hacia mi izquierda y me pareció que la que entraba en la librería era ella. Sus mismos andares, el mismo estilo en el vestir, siempre fiel a su peinado y... no sé... estaba demasiado lejos para percibirlo, pero yo juraría que llegó hasta mi su aroma inconfundible.
Se puso rojo el semáforo y nos detuvimos varios transeúntes, tanto a un lado como al otro de la calle. Mi corazón también se detuvo durante unos segundos al verla de nuevo.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces y nuestras vidas han cambiado -¿si?...Tal vez no tanto-. Nos fuimos de aquella ciudad y tomamos rumbos diferentes; y ahora, después de varios años, me la tengo que encontrar aquí, en Chicago, como si el mundo fuera un raído pañuelo. Yo creo que esa es la causa precisamente: que está demasiado raído y nos vamos colando por los agujeros de la tela hasta llegar al punto de partida, sin haber tenido necesidad de dar la vuelta completa al pañuelo.
Antaño se alejó de mi lado y, a pesar del desgarro que me produjo la ruptura, seguí viviendo; igual que uno vive sin un brazo, sin una pierna, con gafas, con dentadura postiza... Vas tirando, no es lo mismo, pero te acostumbras. Son medidas paliativas, eso es lo que digo siempre.
No me creerás, hermano, pero estoy convencido de una cosa: la vida se nos presenta como una bolsa opaca llena de bolitas pequeñas, de esas de colores. Dentro de esa bolsa está nuestra gran oportunidad en forma de bolita de color rojo. Entre todas las que contiene, tan sólo hay una roja. Introducimos la mano varias veces y cada una de ellas extraemos una de esas bolas. Suele ocurrir que por alguna ley de probabilidades -y por la de Murphy también-, nos sale cualquier color menos el que estamos buscando. Puede que la rocemos con los dedos en muchas ocasiones, e incluso que la tengamos cogida de la mano, pero al final la soltamos y siempre sale otra, justo la que no queremos o la que no conviene.
Esa mujer era mi bola roja, la quería con locura, pero ya ves... la dejé escapar. Después han llegado más; aunque posiblemente, lo que llevaba realmente a la práctica cuando estaba con ellas, eran falsas intentonas de conseguir la bola buena y al ver que ninguna era la que buscaba, sencillamente... me libraba de ellas. Ya lo sé, ya lo sé, hermano... echar balones fuera –en este caso bolas- es una manera muy prosaica de asumir los propios fracasos, pero así se me hace más llevadero pasear con este fardo que llevo a cuestas.
Y el otro día la tenía ahí mismo. La bolsa negra estaba abierta en pompa y lo único que yo debía hacer era meter la mano y llevarme el premio sin ningún riesgo, sin equivocaciones.
Pensé en hacerlo ¿sabes? Me daba igual que el tipo que estaba fuera, esperando agarrado al volante de un coche, fuese su acompañante. En el fondo me la sudaba que el paisano tuviera la misma complexión física que un búfalo, pues creo que, llegado el caso, le hubiera vencido por KO y me hubieran sobrado once asaltos para celebrarlo. Estaba tan seguro que ella me seguía queriendo... como que ese jodido semáforo había cambiado a verde.
Pero por un instante calculé que sin esa emoción que procura el azar a todas y cada una de nuestras decisiones, es decir, sin vendarnos los ojos con un pañuelo antes de lanzarnos al vacío, lo de "tener suerte" no sabe igual ¿entiendes?. Así que crucé la calle con la vista puesta en la librería, asumiendo que posiblemente volvería a alejarme de su lado para siempre.
De pronto escuché el ruido de un frenazo...ñiiiiic.... y sentí que volaba por los aires para después caer sobre el asfalto varios metros más allá de donde estaba inicialmente. No perdí el conocimiento en ningún momento, lo digo porque oía decir a la gente que se apelotonaba a mi alrededor: -“Pero, por Dios... ¿cómo no se habrá dado cuenta que el semáforo aún estaba en rojo con la velocidad que lleva el tráfico en esta calle?”-

¿No te lo decía yo, hermano? Aunque sea rara vez, alguna de ellas se consigue la bolita roja.

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