jueves, agosto 26, 2010

ALTO DE SIGÜENCO

ALTO DE SIGÜENCO



La subida al alto de Sigüenco arranca desde Cangas, por eso le dicen a Cangas de Onís “la puerta de entrada a los Picos de Europa”, yo añadiría además que se trata de la puerta principal y no la de servicio. La carretera empieza suave, sorprende sobre todo que parece que la aldea de Sigüenco está ahí mismo, y luego resulta que no… que uno parece no llegar nunca a ese sitio, sobre todo cuando el ascenso se recrudece y la estrecha carretera se convierte en una senda vertiginosa entre árboles, con un profundo precipicio a un lado, por donde parece impensable que puedan caber dos coches en paralelo. Doy fe que sí caben, el otro día “tuvieron” que caber. De todos modos lo de las rampas, precipicios, cortados, curvas y estrecheces, en las carreteras de montaña asturianas, es algo que entra dentro de la normalidad, supongo que como en la mayoría de las carreteras de montaña de cualquier sitio, de manera que no me detendré más en abundar en estas explicaciones.
Una vez llegados a Sigüenco, uno deja el coche donde puede –que esa es otra, porque es tan estrecha la aldea, que se sitúa a ambos lados del camino y no hay más… salvo el precipicio-, y después se emprende la marcha hasta la cumbre, donde se ubica un mirador con unos paneles interpretativos.
La marcha dura unos cuarenta y cinco minutos, es sencilla porque no tiene pérdida, se hace sobre una pista de montaña, amplia, despejada, y la única dificultad que conlleva es el propio esfuerzo de realizarla debido a la inclinación de la rampa, pues los cuarenta y cinco minutos son en ascenso, un pronunciadísimo y fatigoso ascenso. Según subimos ya percibimos que la recompensa por nuestra entrega va a valer la pena, de hecho las vistas, a medida que vamos rodeando la montaña, son espectaculares. Las vacas y los caballos pastando nos saludan al pasar.
Por fin, la cumbre… y la sensación poderosa de volar… desde allí arriba se ve todo, todo…: A lo lejos se divisa el azul del Cantábrico, el núcleo de Cangas, Arriondas, el Mirador del Fito, el Pico Pienzu, el Picu Pierzu; lejísimos, como si fuese una pulga, la Basílica de Covadonga, lo cual sorprende, acostumbrados como estamos a ver siempre las agujas de la Basílica desde abajo, erguidas, apuntando al cielo, el Macizo occidental de Picos, o Macizo del Cornión, con una de sus cumbres más elevadas, una de las “Santas”, la Peña Santa de Enol, unos 2500 m – luego está la otra Peña Santa, que es aún más elevada, la de Picos leoneses, aunque las cumbres más elevadas están en el Macizo central o de los Urrieles, el Naranjo, Torrecerredo-; la sierra del Sueve, la sierra del Cuera…
Entendiendo perfectamente a los montañeros y escaladores, que cada vez quieran “más”, tras cotejar nuestros escasos conocimientos con los paneles donde, dibujadas y denominadas, aparecen todas las cumbres, abandonamos el lugar, e iniciamos el descenso con la seguridad de volver a ese sitio mágico donde, por mucho que uno mire, no deja de ver montaña, donde… por momentos, mirando al frente, uno deja de ver casas y vestigios humanos para confundirse con la naturaleza y tocar el cielo con los dedos.

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