domingo, octubre 17, 2010

DESBLOQUEO



Uno siempre cree, uno siempre piensa que va a empuñar el lápiz para empezar a escribir y las palabras van a dispararse solas, a ráfagas o en pequeñas y espaciadas detonaciones, pim, pam, pim, pam… Con ese ánimo el escritor aborda sus, a veces, escasísimos momentos de quietud y de silencio. Pronto llega la decepción, el vacío, la frustración… supongo que para el que escribe es tan frustrante que no le salga el verbo, como lo es para el atleta estar atado de pies y manos frente a una pista de atletismo.

Un día quise escribir una novela donde se contase mi vida con pelos y señales, otro día me decidí por un cuento que expresase mis ilusiones, a veces preferí manifestar mis sentimientos y emociones a través de la poesía. Siempre mal, siempre incompleta… pienso que no fui capaz de llegar a mi destino, y en cambio lo que llegó nuevamente fue la frustración, pues uno pretende infructuosamente que el barco de sus palabras llegue a buen puerto, lo que no contempla nunca, cuando se depositan quintales de ilusión y esperanza, es que los poemas naufraguen en un anodino mar de fondo, si al menos éste fuese peligroso… si al menos las olas que amenazan con ahogar nuestros escritos fuesen gigantes, como las que llevan en volandas a los surfistas… lo malo es que hay mares de fondo que sólo sirven para atraer algas y basura a la superficie, para marear con su incesante vaivén, para desestabilizar.

Empeñada en reinventarme, en llegar a ÉL, me propuse glosar a través de un escrito, con tintes casi periodísticos, todas mis virtudes, mis condiciones, lo que yo creo que valgo, simplemente para deslumbrarle y que no tuviese más remedio que sucumbir a mis muchos encantos. Pues bien, tan sólo me salió un microrrelato de apenas diez palabras, una especie de epitafio: Aquí yace una gilipollas como la copa de un pino.

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