El
buzo se calzó su traje de neopreno y se echó sobre la espalda la bala de
oxígeno, después, de un brinco, se lanzó a las profundidades marinas.
En
realidad él no sabía decir por qué, pero se sentía extraña y tontamente
fascinado por todas aquellas voces cristalinas que parecían llamarle desde el
fondo.
A
lo lejos, sobre una roca, unas Almejas Cedé cantaban y tocaban el laúd como si
no existiese un mañana. El buzo, sin mayor dilación, fue a su encuentro –el
tipo ése las quería todas para él-. Pero
algo se le enredó en las piernas impidiéndole caminar. ¡Era una maraña de
hilos, una gran madeja! Oh… caramba, pero si eran las pérfidas y envidiosas
Algas Cassette.
Estaban
celosas, no lo podían remediar. Si bien no habían superado aún la llegada a su
vida de las Almejas Cedé, con sus voces claras, atipladas y resistentes, la
gota que ya colmó el vaso de su paciencia, fue la entrada vandálica de las Ostras
MP3, que, además de todo lo anterior, tenían un repertorio de canciones tan
vasto como para llenar el Titanic.
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