Sí, Doctor, ocurrió de
repente, verá… yo estaba sentada delante del teclado, justo al lado de la
ventana en una soleada tarde de otoño. El sol traspasaba con fuerza los
cristales y formaba una especie de columna donde flotaban millones de
partículas de polvo en suspensión, es curioso… cuanto más sol, más polvo, son
hermosos los días soleados, pero le dejan a una en evidencia, en realidad es
como si una servidora no limpiase nunca, vas, miras en derredor, y sólo se ve
el dichoso polvo en suspensión; le juro, Doctor, que yo todos los días le paso
la bayeta del polvo a los muebles. De pronto la columna polvorienta ésa que le
digo se hizo remolino y giró alrededor de mi portátil, dando vueltas como si
fuese un pequeño tornado, pero muy pequeño, sabe… fue algo mágico, realmente
mágico, mire usted, las teclas del portátil cobraron vida y empezaron a moverse
una tras otra componiendo un escrito sobre la pantalla, el escrito más
fascinante que jamás ojo humano haya visto. Yo no daba crédito a lo que leía,
no sabría decir si lo que giraba –juguetón- en torno a mi portátil, era un
duende, un espíritu, un hada o la improvisación hecha tornado… pero lo cierto
es que acabó su tarea dando por concluido el escrito, un relato, tema libre, a
doble espacio en Arial tamaño 12, entre cinco y diez folios, justo lo que se
requería para participar en el enésimo concurso de relatos breves al que me
hubiese presentado de haber tenido un texto decente. El espíritu ése o la nube,
lo que fuese, salió por donde había entrado, Doctor, y se llevó consigo todo
cuanto había escrito en mi portátil, la pantalla quedó limpia como la patena
con tan sólo un documento Word abierto en blanco. Ahora trato de reeditar lo
que me pareció que era una hermosa historia, sabe… pero no recuerdo, no puedo
escribir nada igual. Veo flotar partículas en torno a mí, el ingenio levita, la
suciedad se deposita, mi escasa inspiración me irrita y encima me dan por loca
cuando intento presentar a concurso un relato que no existe, argumentando que,
por bueno que sea el relato, si no existe, aunque esté en mi mente, no puede
ser aceptado como válido. He decidido apelar a la Nube de Polvo para que me ayude
en mis tareas literarias. Ha rehusado colaborar conmigo, declina mi invitación
alegando que ella es libre de echar el polvo con quien quiera, y puesto que
echa sus polvos gratis, lo hace cuando y con quien desee; aquí estoy, Doctor,
desolada aguardando a que la dichosa nube de partículas polvorientas se acuerde
de mi, y de paso, cuando me asista, tenga la amabilidad de no dejarme a medias.
Como siempre. Y usted empeñado en recetarme pastillas, como si una estuviese majareta
o viese visiones, desde luego… ¡psiquiatras! todo lo arreglan a “pildoretazo”
limpio!
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